sábado, 24 de febrero de 2018

Gabriela Carrera

El candidato 
Gabriela Carrera

Cumplir años es obligatorio, envejecer es opcional.
Desde el día que leí esa frase, la adopte. Tan real e inamovible como la salida del sol por el este.
Cuando te acostumbras a la idea y haces las paces con el almanaque, el resto fluye.
Me gusta el ruido de los tacos firmes de mis pasos, me gusta el tintineo de mis pulseras al andar. Me gusta tomar un baño por la mañana antes de salir. Sentir la brisa tibia en la cara, escuchar música.
Creo y sostengo que un día sin música es un día perdido.
Ese martes como, cada tercer martes del mes, voy al salón de Ceci por coquetería. Para intentar retrasar el paso del tiempo. Para engañar al espejo por un par de días, hasta que las canas vuelven a asomar. Ventajas de ser mujer, pintarse el pelo y que casi, no se note.
Esa mañana estaba el barrio convulsionado, el político de turno en campaña electoral, había llegado con una caravana de autos y sirenas. La gente lo ovacionaba a su paso. La calle principal estaba adornada con banderines del color de su partido. Una multitud importante lo acompañaba hasta la plaza principal. Ahí lo esperaba una comitiva de funcionarios en ejercicio. La bandera nacional izada al mástil recién pintado. El bullicio de los chicos que habían salido del colegio banderas en alto, para que hiciera paso el flamante candidato.
En un escenario  perpetrado para la ocasión, lo aguardaba el micrófono para regalar su discurso repetido hasta el hartazgo. Bocinas, ladridos de perros y hasta la sirena de los bomberos anunciaban la llegada del lúcido aspirante.
El espectáculo colorido y ruidoso atrajo mi atención. Sólo la atención, no cambiaría mi martes de salón por ningún candidato en campaña.
Cuando la caravana está llegando a la plaza, llega un micro trayendo seguidores, cantos bombos, banderas agitadas, corridas de jóvenes y niños. Y señoras a pasos apresurados para no perderse el discurso.
Cuando estoy por cruzar la calle, la bocina del camión repartidor de gaseosas me paraliza del susto.
¡Hola, buen día! Dice una clienta, al entrar a la peluquería. ¡Buen día!, contestan las señoras, sin levantar la mirada de las revistas semanales.
¿Se enteraron? Entre tanto griterío y alboroto por la llegada del candidato, un camión de Coca-Cola acaba de atropellar a una señora.





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