domingo, 26 de marzo de 2017

Marta Becker


LA RUBIA 
Marta Becker

Juan Carlos Vergara es mi analista desde mi época de casada y después. Porque el después llegó luego de diez años de matrimonio con Gonzalo Díaz, cuando nuestros encuentros en la cama se fueron espaciando de forma tal que parecíamos dos extraños. Al preguntarle si me era infiel -mi duda  no estaba confirmada fehacientemente-  no me contestó,  por lo tanto lo reconoció con el silencio. Entonces nos separamos de común acuerdo, en realidad yo lo dejé y él aceptó.
Vergara no es lo que se dice un lindo hombre, pero tiene altura, cabello entrecano, una postura de maniquí, se viste de sport con elegancia, todo en compossé –camisa, saco, pantalón, medias- el masculino que toda mujer quisiera llevar al lado con orgullo.
A todo esto debo agregar que mi problema es que me enamoro de los hombres por su inteligencia, y Vergara cubrió siempre mis expectativas, aunque nunca se lo declaré por no parecerme apropiado.
Vergara fue mi confidente durante muchísimo tiempo, sabe todo de mí -infancia, temores, sueños, mi relación matrimonial- todo todo, porque para eso era y es mi psicoanalista. Llegué muchas veces llorando a la consulta, a los gritos o deprimida y siempre encontré en él la serenidad necesaria.
Con sus palabras justas sentí en todo momento que, sin acercarse, me abrazaba. Y después que me separé creí, en varias oportunidades, que intentaba un gesto de proximidad, una intención  de algo más –porque admito que soy mujer de no despreciar-  pero me cuidé de conservar cierta distancia para no entorpecer la relación. Aunque muchas veces me muero por tirarme encima y besarlo y decirle otras cosas que no sean las puramente profesionales, pero trago saliva, sacudo mi imaginación y no hablo del tema.
Hoy llegué a la sesión bastante alterada.  Le cuento a Vergara que no tengo noticias de mi ex desde hace un mes, todavía tiene sus cosas en mi casa y, a pesar de mis llamados, parece no tener intención de sacarlas. Le dejé dicho en el contestador de la oficina que si no se hace ver en una semana,  le tiro todo a la calle. No obtuve respuesta.
Juan Carlos –hoy lo miro con cariño- me calma, me dice que esto es común, que ya vendrá, primero tiene que organizarse mental y físicamente, en fin, trata de apaciguarme. Y con su voz baja y suave lo logra.
Salgo del consultorio tranquila, dispuesta a darle un plazo mayor a mi ex, cuando al bajar del ascensor del edificio justamente me encuentro cara a cara con él, con mi ex marido.
¿Oh, qué hacés por acá?
Vengo a ver a mi psicoanalista,  me contesta.
¿Tu analista? ¿Acá? ¿Quién es?
El Dr. Juan Carlos Vergara, ¿por qué me…
Lo dejo con la palabra en la boca y salgo corriendo a la calle. La cabeza me hierve. ¿Cómo es esto posible? ¿Mi psicoanalista, mi confidente, mi muro de los lamentos, mi todo es el mismo de mi ex? Me parece una traición, una falta total de ética, de moral, de… de… no encuentro las palabras justas. Reacciono, giro sobre mis talones y corro al ascensor para subir nuevamente al consultorio y aclarar la situación.
La secretaria me abre la puerta, extrañada de verme e intenta detenerme con un gesto, pero yo paso de largo a su lado hecha una tromba, enfurecida, indignada y sacudiendo la cartera.
Con un movimiento brusco abro la puerta del privado para encarar al Dr. Juan Carlos Vergara, el traidor y Oh… los veo a los dos, mi analista y mi ex fusionados en  un beso apasionado.

                                     



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