martes, 22 de noviembre de 2016

Elsa Janá

La mirada   
Elsa Janá

Los ojos que me miran detonan este quiebre que me pudo. Conocía mi origen pero ignoraba esta realidad que arrastro. Y al estrellarme en vos, mirada, me identifico con la desolación y el abandono de los que, por costumbre, no me había hecho cargo. Soy tocado por tus chispas en estalactitas pendientes de añoranza. Entonces quiero huir corriendo de mi mismo, pero me quedo. Quién sabe si aún se pueda una salida. Hay destinos que mandan tanto como marcan. Son los que tocan en suerte, esos que otros promueven y unos pocos fomentan. 
           
En los viajes, el sentido de la vida. Ir y volver, la razón del movimiento. Limitado a estas fronteras cuya nacionalidad me corresponde y hasta a veces, un poquito más allá, voy y vengo sin salirme de los carriles. Me he elevado hasta las nubes y me han bajado sin piedad… Andares y pautas, prefijadas desde que nacieron mis ancestros, allá por los Caminos de Hierro, con su poco más de ocho kilómetros y medio y mucha lana para transportar. Ricachones y elegantes ellos. Muy venidos abajo y pobres, yo y mis pares. De la gala al despropósito actual medió siglo y medio y plus. La concepción de mis abuelos se produjo exactamente dos años más tarde de la idea de su gestación. Y hoy, vos y yo aquí, mayores de edad y frente a frente, casi de Retiro.
Hora de haberes y debes que ni poseo ni adeudo. Concebido para justificar lo injustificable, pude haberme mantenido digno de no mediar esos otros siempre presentes en cualquier parte para desvalorizar lo que sea. Y la devastación por añadidura. Empleos perdidos, obreros despojados de su dignidad, familias sin brújula. Y la pobreza prendida como cola de un barrilete que ya quién para remontar. Vías en desuso. Demasiado yuyerío en torno. Y en donde todavía yo, tu mirada que me pudo.
Veo descolgarse de tu mirar, un sentir dolido que rueda por las mejillas pálidas de espanto y enardecidas de rabia. Nadie la seca y, entonces, merodea su curso natural por las arrugas de un rostro aun joven ya viejo. Su curso natural… Igual que yo: recorriendo mi propia humedad no humana por los durmientes. Subes y bajas, mirada. De lado a lado, exploras las ranuras y agujeros de mis cuerinas rasgadas hasta lo insoportable. Estrujas en silencio, tu humedad indefensa, tierna, temerosa, que se espanta, envuelta en esa rojedad denunciada en la punta de la nariz y alrededor de los párpados.
Más irritada que mi impotencia, posaste tu destello helado por las escrituras y pintadas en mis paredes y en los otrora asientos que, hoy, despojos. Por esos agujeros se escapa la goma espuma de los esqueletos. Húmeda entonces hasta los  mocos, me obligas a retroceder en mi propia historia que quién podrá cambiar sin los demás. Me duelen los resortes a la vista, los cortes adrede de los incivilizados ajenos a mi función de servicio incluso para ellos. Rulos metálicos se saltan de entre mis hierros pinchando traseros, como marioneta descontrolada cuando le quitan la tapa de control. Solo lamento. Y lo lamento tanto…
Observas mis basuras olorosas que se continúan en los andenes, en los túneles y en las escaleras como en la vida. Caras de espanto en torno… Si, siempre espanta la pobreza. Un pibe mugroso y flaco echado como perro bajo un trozo de mi esqueleto -que ya ni para asentaderas sirve-, tal vez soñando un colchón bajo este trozo sucio de metales a los que ya ni asomo de pasado les queda. También lloro mi vergüenza, mirando la tuya que me contempla. Años intentando sobrevivirle a la agonía. Agradezco tu contemplación, mirada.
Se arrastran pies como sin destino y hacia dónde ahora. Sombras y fantasmas recorren mis vagones durmiéndose hasta parados cuando el stress no perdona. Mujeres con niños en los regazos extienden su mano en mis túneles oliendo a orines. Alguna vez les cae una moneda al lado. Otras, la pura indiferencia. Y de qué podríamos culparla, si los que tienen que dar son siempre los que tendrían que recibir. Muchos sin casa, sobre cartones y entre papeles de diario, ocupan el asiento en la sala de espera que ya nadie reclama, protegiéndose de la intemperie tras la mampara de vidrios tan rotos como los de mis ventanillas. Y el frío y el calor filtrándose impiadosos. La lluvia cayéndome adentro, como la tuya y la mía cayéndonos, afuera.
¿Oyes el silbido insistente que se acerca? Empiezan a temblar los tablones del andén. La barrera no va a levantar. Rápido. Ruego porque nadie ose cruzar de todos modos. No nos hace falta más llanto; hay tanto en mis talleres y galpones deshabitados y abandonados al andar del tiempo… Y eran tan bellos, con tanta música de maquinarias, la calidad humana de familias generando sus salarios. Unas primeras privatizaciones reglamentadas sumaban su aparición al crecimiento agropecuario. Tiempo de abundancia…Medida en millones de pasajeros, de toneladas de carga, de metros de vía…Vagón tras vagón, vagones de carga, coches comedor, coches cama, coches cinematógrafo…la estatización del 46-48… Pan y trabajo.
Puja que te puja tren que pujas ahumando el espacio en llamaradas de esfuerzo y vapores de gloria…Tj-Tj-Tj, rueda que rueda portando la vida y generando riqueza, los ferrocarriles. Y el 91.  Servicios cancelados, pueblos fantasma sin fuente de trabajo ni medio de transporte, incomunicados…Y promesas.  Vahos de memoria que se nubla. Nombres que van y vienen temblando almas y alertando desconciertos: La Tronchita… de las Nubes… de las Sierras… del Fin del Mundo… Ecológico de la Selva…Tj-Tj-Tj, rincones, como a desgajo de alma de los que deseo renacer.
Barreras que se elevan y bajan. Pitares zigzagueantes al aire y pitares desoídos… Accidentes... Descuido… Muerte…Y Once como broche dantesco: la culpa es de la locomotora que se ha desbordado. Silencio y paso del tiempo. Expendedoras en desuso. Tren de dos pisos que trata de acallar la incomodidad de una barbarie en rieles que ya empieza también a marcar su huella por ellos. Y tu mirada que se aleja de mí igual que el murmullo del andén que voy dejando atrás.


Me das la espalda junto a la puerta. Y ya a punto de abordar el andén, miras el pañuelito de papel humedecido que se te cae. Casi te entrampa la puerta al cerrarse cuando te agachas a recogerlo. Y retornando yo a mi curso de rieles y alto voltaje, te veo arrojarlo en un pote de basura. Tal vez, ese papelito extra mojado de vos, entre tanto otro hediondo, no me resultara molesto. Pero lo significativo es que hasta partiendo, dignificas mi presencia con tu accionar, mirada atenta. Entonces, me escurro en el tiempo con la sensación de que por ahí, todavía se puede. Adiós. Me has humanizado en tu mirada y sus humedades. Ahora un llanto tuyo me pertenece.

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