jueves, 18 de junio de 2015

Juana Schuster



No lo supo  Juana Schuster
De pronto sentí calor, como si el clima exterior hubiese atravesado abruptamente las paredes de mi departamento
 Era la voz de Darío. Lo reconocí sin verlo. Deposité el auricular en su lugar, con un pánico súbito.
 Hacia veintitrés años que no nos veíamos. Yo había abandonado el hogar, fastidiada de su carácter autoritario.
 Me  visualicé cuando le decía que quería aprender inglés en las  Academias Pitman.
 - No hace falta. Si solo hablas conmigo.
 Quiero teñirme el pelo.
 - Una mujer decente no se pinta el cabello. A parte, ¿Dónde vas?
 ¿Quién te ve a aparte del panadero o el carnicero?
 - ¿Por qué sos tan egoísta?
 Nunca te ha faltado el plato de comida. No trabajás.
 Te dedicás a la casa. ¿Qué te falta?
 Era inútil decirle de todo lo que adolescía. Deseaba aprender a conducir, hacer cursos de pintura, cambiar mi aspecto personal, tener amigos.
 Nunca puse en duda su amor. Pero Darío era una persona rústica que repetía la historia de su padre.
 Mi suegra había llevado una vida yerma.
 Su voz no tenía cabida. Su casamiento fue el resultado de un matrimonio impuesto. A los 20 años, su familia consideró que era inapropiado que siguiera soltera.
 Hasta que me fagocitaron los días de los almanaques iguales.
 Conocí a un hombre menor que yo, en una fiesta familiar.
 Me dio su número de teléfono cuando nadie lo notó. Era un ser dulce y contenedor. Comenzamos a salir. Me alentaba a estudiar. Se dedicaba a la fotografía periodística. Tomé la decisión y fuimos a vivir juntos.
 Me consiguió un empleo en su lugar de trabajo, la vida se desarrollaba en armonía.
 Cuando viajaba para cubrir visualmente una nota, me llamaba con frecuencia.
 Fui feliz con él. Debo confesar que extrañaba a Darío. El ser humano es impredecible. ¿Qué coordenadas nos manejan?
 Julián murió en un  accidente automovilístico cuando volvía de la costa. Estuvo cuatro días en agonía. Rezaba en la capilla del hospital. Supuse que me volvería loca. Me dediqué a mi empleo hasta que sucedió lo de la llamada.
 Se produjo un corto circuito en mí. Las compañeras me decían que no tenía un argumento persuasivo pero que me disculpe.
 ¿Cómo había vivido mi ausencia?
 Algo me impulsó a manejar la idea de visitar a Darío.
 La casa estaba exactamente igual. Aún resaltaba la planta de Aloe Vera en el jardín. Se usaba cada vez que nos lastimábamos.
 No había candado. La entrada fue fácil.
 Camine por el sendero del costado, hasta llegar al patio. Nada había cambiado. Las paredes descascaradas, las dos sillas de hierro, hechas por él con la soldadura.
 Lo vi. Pensé que de mi boca iba a salir un torrente de palabras, mas no fue así. El llanto me impedía expresarme.
 Miré las sogas. No había ropa femenina.
 Mi nerviosismo invadía el cerebro, bloqueando mis razones y argumentos.
 Había tanta humedad ese día que casi notaba la fricción del aire contra la piel de mis brazos.
 ¡Qué blanco su pelo! ¡Qué gruesos los vidrios de sus lentes!
 Lo veía todo a través  de mis lágrimas, como si fuese una instantánea fuera de foco.
 Me sostuve tomándome de la columna, que fue testigo de mis quejas.
 ¿Qué me impidió abrazarlo si quería hacerlo? No lo sé. Me fui lentamente. Me introduje en el coche y me alejé a pesar de mi estado.
 Darío, seguramente, seguiría durmiendo, con el mentón apoyado en el pecho.


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