sábado, 16 de mayo de 2015

Jenara García Martín

CANDELA  Jenara García Martín

Cuando la noche llega, el Dr.Julián, respirando el último aire puro de esa hora, llena sus pulmones, contempla el cielo diáfano y estrellado desde el umbral de la puerta del Puesto Sanitario, allá arriba en los cerros. Lugar alejado más de l00 kms. del poblado más cercano y  apoya su cabeza de cabellos castaños obscuros, sobre la almohada, esperando que llegue el nuevo día.
-El Dr.Julián es el médico rural y está a cargo del Puesto Sanitario de la zona, juntamente con un enfermero que atienden un circuito a los alrededores del Puesto de más de 200 km. Donde está instalado el Puesto Sanitario, es un lugar de paisajes bellísimos, hermosa vegetación de tonos y aromas indescriptibles por su variedad, podríamos musicalmente reproducir “Primavera y Verano de Vivaldi” trayendo a la mente la variedad de colores y los dorados de las hojas de la “Sinfonía Otoñal”. Mas el trabajo del Dr. Julián no se podía detener en hacer comparaciones poéticas con los colores que cada día descubría. Los azules y los fusias eran sus preferidos.
Se tenía que levantar al amanecer para recorrer  los lugares más inhóspitos de la zona, y con vehículo “atracción a sangre” pues la ambulancia podía llegar sólo hasta el Puesto Sanitario.  A veces volvía cuando ya caía la noche. Dependía de la cantidad de enfermos que debía de atender en su recorrido. Ese día, para el Dr., iba a quedar marcado en su vida. No sería un día cualquiera del almanaque. El enfermero ya le tenía preparado el caballo. El lucero del amanecer ya se había escondido. El cielo aún estrellado era de un azul  oscuro pero con alguna nube que se movían como si fueran blancas olas.
-Máximo– le dijo al enfermero-, te recuerdo tengas siempre las vacunas protegidas con el agua a baja temperatura y resguardadas del sol. Hoy se va a hacer presente  con todas sus fuerzas. Creo podré volver al mediodía pues como no tengo pacientes con complicaciones de salud, no es mucho el recorrido que tengo que hacer. Espero que no cambie nada en lo que acabo de expresar.
Esas comparaciones le hacían cambiar de paisaje. Continuó subiendo la loma que le llevaría a su destino, azuzando al caballo bayo, con los pies.
Su pensamiento iba ocupado en una joven que tenía su precaria vivienda al resguardo de los cerros a más de 30 km. Cuidaba cabras acompañada por su madre y hacía unos 20 días había dado a luz una bebita y no había regresado al Puesto Sanitario para los controles de rutina....y tampoco la habían vuelto a ver los pobladores más cercanos. Iba directo a ese ranchito, donde sólo se podía llegar a caballo. Alli amanecía más temprano Las techumbres de los ranchos aparecían  como rociados con sangre, pero de color intenso. Los rayos solares estaban más cerca que abajo en el escondido valle, donde los árboles formaban una pared protegiendo la arquitectura del Puesto Sanitario, tanto de las altas temperaturas, como de los fuertes vientos del crudo invierno. Hasta el frío tenía color y sonido.
El rancho estaba vacío. La sorpresa le hizo daño. Todo su entorno se le hizo una noche de terror. La llamó por su nombre. No obtuvo respuesta. El silencio le devolvía el eco de sus palabras que retumbaban en la montaña. Siguió cabalgando hasta otro ranchito donde sabía que vivía la abuela. Puerta y ventanas estaban cerradas, mas a través de una rendija pudo observar que había una tenue candela y se animó a golpear a la puerta.  Fue una sorpresa para la Señora al verle, pero escuchar el motivo de la visita la puso nerviosa y le hizo pasar. La penumbra de la habitación era casi total. La leve candela estaba más al fondo y el Dr. Julián avanzó. Fue indescriptible su sorpresa, entre unas cobijas multicolores había un bultito que le hizo latir su corazón aceleradamente y con rapidez lo descubrió y se encontró con el cuerpecito de una bebita,  que supuso era la que él estaba buscando. No se equivocó al calcular los días de vida y observó con suma tristeza que estaba  en el umbral de la muerte. En el primer contacto con ese cuerpecito observó que su corazoncito latía. Dio gracias a Dios y como pudo la envolvió en las humildes cobijas; montó a caballo y bajó lo más rápido que pudo y con mucho cuidado al Puesto Sanitario para llegar a tiempo cuando llegara la ambulancia. El caballo respondió a su preocupación por el tiempo reloj y lograron   trasladarla en la ambulancia al Hospital del pueblo que atendía a todos los pobladores de esos parajes. Cuando llegaron ya se habían prendido las pocas luces de las calles y con suerte la Pediatra estaba de guardia. Automáticamente la profesional a, noche y día. Decía a su enfermera, esta bebita tiene ganas de vivir. Está luchando y eso nos ayuda. Su organismo respondía muy bien al tratamiento. Pasados dos días, ya pudo decir: observar, ya ha cambiado de color...".La vida es de color de rosa"....Estoy respirando un aire nuevo alrededor de su cunita. Pienso que Dios está a su lado y nos está ayudando. Así pasaron los primeros diez días. El Dr. Julián venía a verla cuando sus tareas le daban tiempo y superó el primer mes y todo el equipo de profesionales que trabajaban en ese Hospitalito de campaña, pudieron respirar tranquilos, felicitando a la Pediatra y su equipo que no la abandonaron ni un momento. Festejaron el primer mes de vida de la bebita Lucerito. Ya era un ser humano más, integrado a este mundo.
Para todos era el LUCERITO DEL AMANECER. Aún no tenía nombre, pues lo primero era volverla a la vida y ahora ya debían buscarlo. Algunos querían que su nombre fuera LECERITO. No es apropiado para una niña- decían. La Pediatra, ya había tenido que denunciar el caso a las autoridades. La Jueza la dijo que si no aparecía la familia a buscarla, podía ser adoptada legalmente, pasado el tiempo que requiere la Ley.
El nombre seguía siendo un problema, pues todos querían elegir y llegó el día que tenían que definirlo. La tenían que bautizar. Se acordaron del comentario del dr. Julián, cuando les dijo que la luz de la candela en aquellas tinieblas del rancho, le había dirigido los pasos hacia esa cunita, cubierta con la mantita multicolor. A todos les pareció bien el nombre de CANDELA. Verdaderamente había sido una lucecita, apenas de color amarillo pálido, que iluminó la vida de todos. El pueblo la llenaba de regalos y cubriendo todas las necesidades que en el Hospital requerían para la bebita.
Fue un bautizó con todos los honores, como se merecía CANDELA y a ese acto que realizaron con tanto amor acudieron la casi totalidad de los pobladores. Fue un acontecimiento que marcó muchas vidas, entre ellas a la  Pediatra y al Dr. Julián.
El  Dr. Julián después de un tiempo fue trasladado. Antes de irse se despidió de la Pediatra, agradeciéndola el haberla devuelto a la vida y mostrar interés por buscarla unos padres adoptivos que pudieran seguir cuidándola y amándola y ofrecerla un buen futuro. Yo ayudé a que se salvara, apoyado por el Supremo Hacedor que puso alas blancas en mi caballo, para llegar a tiempo,  pero luego fue tu profesionalismo y tu corazón. 
-Y…Dios, le contestó ella, que está por encima de todos nuestros conocimientos.
Aquí no termina la historia de CANDELA. Aquí empieza su vida.
Siguió en el Hospital, donde todos la brindaban un gran cariño y la Pediatra, continuaba con sus cuidados profesionales en forma especial y buscándola unos padres. Y eso también lo pudo encontrar. Había un matrimonio amigo que no podían tener familia, jóvenes, de muy buena posición económica, y los padres de él que estaban ansiosos de tener una nietita a quien cuidar y les llamara “abuelos”. Iniciaron los trámites legales y les concedieron la adopción. Candela con sus cuatro mesecitos cambió la vida en ese hogar que iluminó con su presencia. Candela fue amada, tuvo sus padres adoptivos y abuelos, primos, tíos. La volvieron a bautizar, ya en el entorno de su familia adoptiva y la Pediatra fue la Madrina. Candela seguiría teniendo ese cariño especial y su atención profesional. Con su sonrisita de bebé parecía que decía “gracias”. Cuando la llevaban al Hospital parecía que su presencia iluminaba el espacio con una luz desconocida. La atención y  el cariño que la brindaban, no tenía límites. Cumplió un año, dos, los que eran festejados con todo el confort e invitados y ella apagaba las velitas, esperando los aplausos. Era  feliz y amada. Cuando llegaba la primavera, el regalo para sus abuelos eran las primeras florecitas que aparecían en el jardín y su color preferido, era el color del cielo. Como si supiera que había nacido en un paraje donde el cielo se siente más cerca.
 Pero cuando llegó la etapa en que los bebés empiezan a balbucear, Candela no emitía nada más que algún sonido.  Los estudios que la pediatra la realizaba constantemente le dio como resultado que tenía una afección auditiva y como consecuencia el habla. La falta de cuidado que su cuerpecito sufrió aquellos días de abandono, habían dejado sus secuelas. . Candela, fue atendida en Buenos Aires por los mejores especialistas y fue atendida en su domicilio por una fonoaudióloga. Era inteligente y cuando llegó a tener que asistir a jardín, comenzó su ciclo escolar como cualquier niño. Se hacía entender por señas y fue atendida por una especialista en el lenguaje por señas que sus padres la instalaron en su domicilio, para que su contacto fuera permanente.  Era inteligente, activa, con facilidad para aprender ese lenguaje que ella casi lo dominaba como algo innato y con sus compañeritas lo compartía de tal forma que llegaron a aprenderlo como algo natural. Pasaron los años con esa vida semi-normal, porque seguían llevándola a Buenos Aires tratando de que recuperara el sentido auditivo, algo lograron pero no en su totalidad. Ella era feliz y hacia feliz a toda la familia y al entorno de amigos. Y llegó la etapa de hacer la primera comunión, que se preparaba con  todo el grupo de la escuela y con sorpresa de todos, incluso del párroco, Candela les enseñó a rezar el padrenuestro por señas y cuando llegó ese día tan esperado, todos los niños arrodillados frente al altar, la oración que Dios nos enseñó la emitieron con la devoción esperada, pero por señas, aceptada por el párroco con toda la naturalidad. Sentía, que ante Dios, tenía el mismo valor religioso que a través de la voz. Otro don de Candela, que se hacía querer por todos y para el entorno familiar, en el que nunca estaba ausente, la Pediatra, fue un día inolvidable, compartiendo la felicidad de Candela.
La vida de Candela era como la de cualquier adolescente con padres de alto poder económico que no la faltaba de nada. Hasta tenía una compañerita de su misma edad, quien hacía las veces de una hermana, pues en ese hogar no hacían diferencias. Pero la vida, a veces nos da la felicidad y sin compasión también nos la arrebata. Así pasó con Candela. Había cumplido los doce añitos y vivía feliz. Y un día, en el cual el ¿por qué? No tiene respuesta, que será inolvidable en el entorno de su familia, de la Pediatra  y de las personas que tanto la querían y que la vieron crecer, un lamentable escape de gas en la instalación   invadió el dormitorio y los espacios adyacentes y a la mañana siguiente se encontraron a las dos hermanitas de corazón, sin vida, al borde de la cama. La mamá se supuso que se alertó de lo que estaba pasando, puesto que se la encontraron también a la misma hora, tendida en el piso a la entrada de la casa. Al parecer el pequeño espacio entre la puerta y el piso la permitió aspirar algo de oxígeno y atendida con urgencia pudieron salvarla.
El dolor de esa familia y de todo el pueblo no se puede describir, y es el mismo que yo siento al escribirlo. En el cementerio están las dos lápidas juntas y se leen los nombres agregando “hermanas de corazón”.
¡La vida tiene un amanecer y un minuto para convertirse en un adiós sin retorno!


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