sábado, 18 de abril de 2015

Marco Rodrigo Ramos



                           Castillos de arena  
                                          Marco Rodrigo Ramos

Todo ocurrió en diciembre del 99 en Valeria del mar. Era miércoles. Estaba solo en la playa dedicándome a mi hobby favorito, construir castillos de arena. Los expertos como yo sabemos que es necesario hacer un pozo de treinta centímetros y usar esa arena que está mezclada con agua salada, al ser blanda permite que uno le de la forma que quiera y en menos de un minuto se endurece. Mis amigos siempre me criticaron este hábito, decían que teniendo tanto talento debería usar otro tipo de materiales. Algo de razón tenían pues el destino inevitable de mis obras de arte era el ser destruidas en un día por el agua y el viento.
 Fue en uno de esos pozos que reconocí al tacto algo duro enterrado, horrorizado descubrí que se trataba de una mano. Miré mejor y noté que se movía, comencé a escarbar desesperado. Al ver todo el brazo comprendí que el cuerpo estaba en posición horizontal. Quité la arena buscando la cabeza, era una muchacha delgada. Luego de liberar todo el cuerpo la moví un poco, entonces abrió los ojos por un momento y los volvió a cerrar.
 La llevé a mi casa que estaba del otro lado de los médanos, no había nadie alrededor. Alta y de cuerpo bien femenino no pesaba demasiado. Desnuda, cada milímetro de su piel se hallaba cubierto de arena. Cuando llegamos la recosté en el sillón y llené la bañadera. Al primer contacto con el agua se movió un poco pero no despertó. La sumergí toda menos la cabeza y comencé a pasarle jabón para despegar la arena. La más difícil de sacar fue la del pelo. Tenía un anillo con una piedra roja. Cuando la levanté me di cuenta que había dejado una gruesa capa de arena en el fondo de la bañadera. La noté más delgada, parecía que con la arena se había ido parte de su cuerpo.
 Luego de secarla la recosté en la cama y le puse una remera. Dejé una bandeja con jugo y tostadas en la mesa de luz. Me acosté en el sofá y me dormí. Al  despertar la vi sentada comiendo. Tenía sus ojos celestes bien abiertos. Fui a su lado me miró sin asustarse.
 -Usted me salvó.
 -Te encontré en la playa. Soy Rodrigo. ¿Vos cómo te llamás?
 -No sé.
 -¿Cómo que no sabés?
 -No me acuerdo. Tampoco sé de dónde vengo y porqué estaba allí. Sólo tengo la imagen de la oscuridad total y la sensación de no poder moverme, le juro que pensé que estaba muerta. Después apareció la luz y su cara. Aunque no lo conozco algo en sus ojos me dijo que usted era bueno y me protegería. Por lo visto no me equivoqué.
 -Prestame tu anillo
 -¿Para qué?
 -Ves acá, en la parte de atrás hay escrito un nombre, probablemente el tuyo. Mónica.
 -Bueno, dígame así. ¿Sabe qué pasa? Me asusta pensar que no voy a volver a recordar mi pasado. Una siente que no tiene familia, casa, nada...
 Se puso a llorar en mi hombro. Sentí lastima por ella y le acaricié el pelo.
 -Tranquila.  Lo que te pasó es muy fuerte y por eso estás así. Con el tiempo y a medida que te tranquilices vas a recordar de todo. Mientras tanto vas a quedarte conmigo ¿Te parece bien?
 -¿Le puedo pedir un favor?
 -Lo que quieras.
 -Tengo hambre.
 -Ahora te traigo algo.
 -Rodrigo.
 -¿Qué?
 Me tomó de la mano y me dio un beso en la mejilla apenas tocándome el borde del labio. La solté y fui a la cocina a prepararle algo. Cuando regresé se había vuelto a dormir. Anochecía y cerré todas las ventanas, luego de comer me recosté en la cama de mi hija. Alrededor de la medianoche un grito me sobresaltó. Era ella que corriendo entró en el cuarto y temblando me abrazó.
 -¿Qué pasa?
 -¡Tengo miedo!
 Llovía fuerte. Comprendí su temor y le hice un lugar en la cama. Abrazada a mí sentía los latidos de su corazón que se iba desacelerando. Se durmió enseguida. Me sentía feliz protegiendo su cuerpo tan de mujer y su alma tan de niña.
 A la mañana siguiente el frío me despertó. La ventana estaba abierta. El viento y el agua entraban a la par, por lo mojados que estaban los muebles y el piso deduje que desde hacía tiempo. Mónica no estaba. La llamé, busqué por toda la casa, salí a la calle, pregunté a quien se me cruzara por ella pero nadie la había visto.
 Después de una semana encontré su anillo. Al tiempo volví a realizar mis caminatas por la playa. Hice un pozo y me dediqué de vuelta a mi pasión, creo que fue el castillo más lindo que construí en la vida. En una de sus torres coloqué el anillo. Visto desde lejos parecía una simple montaña de arena. Ese día odié con toda mi alma al agua y al viento porque sabía que mañana, con ellos, se habría ido mi castillo.

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