sábado, 18 de abril de 2015

Carlos Margiotta



                              El país del otoño   
                                                Carlos Margiotta

Mi pueblo se vestía de escuela, en los abriles tímidos de humedad y amarillo. Un silencio de hojas secas rueda por el patio de suaves baldosas. Contemplo a la bandera izarse por el mástil, lentamente, cantando "Aurora", entre el gorro de lana y el sacón del uniforme. Es tan gris la soledad del piano. Suena como una sombra en las manos apagadas de la maestra de música. Los leños del eucalipto arden tiernos calentando el chocolate mañanero que me abrigará la panza. Detrás del médano, una brisa trae un poema del mar, como un eco de llovizna. Los pasos hacia el aula de cedro gambetean las malvas del camino, y en la fila la señorita Esther, nos nombra uno a uno con su voz oscurecida. En el pupitre, sueño con ser grande, con la sopa de mamá, y el regreso de mi padre, que me viene a buscar desde la neblina, silbando un tango de aserrín. Después, la campana, el recreo, la campana, el aula, el pupitre, la campana, el camino de malvas, y las tres cuadras sin matices hacia la casita de la infancia, pintada de ocre y garúa, atardeciendo en el tiempo, como un recuerdo.
 
Otoño, estación del año, ocaso, abril, atardecer, declinación, madurez, sabiduría, nietos, algo que empieza a terminar. La literatura ha significado muchas veces al otoño como el período de la vida humana hacia la vejez. Contrariamente, el otoño nos muestra una extraordinaria belleza en sus colores, aromas, paisajes, y la tibieza temprana de la puesta del sol. Los que disfrutan la edad del otoño saben también, que otoñar es sazonarse como la tierra, que poseen abundancia de pastos, que es el tiempo de la plenitud, donde se puede discriminar lo principal de lo secundario. El otoño es como un segundo brote, el más maravilloso.   
En otoño, mi madre preparaba las conservas que tanto nos gustaban, con la vana ilusión de que sobrevivirían todo el invierno. Recuerdo verla llegar de la feria, que se armaba los martes y jueves sobre el empedrado de una de las calles del barrio, cargada con las bolsas repletas berenjenas, morrones, tomates, peras y la últimas frutas de estación. Después, en la pequeña cocina de la casa, donde todas las habitaciones daban al patio, le dedicaría toda la jornada a elaborar sus famosos manjares. Doña, ya que hace para usted, me hace un frasquito para mí, escuchaba decirle a Alicia, la vecina de al lado. El dulce de tomate era mi preferido, su sabor todavía perdura en mis sentidos y aunque lo busco en algún envase del supermercado, como se busca la infancia, sé que nunca más lo volveré a encontrar. Perdura como perduran las cosas buenas, contra el olvido.
La esperanza, es una puta vestida de verde, decía Cortázar, y nunca es vana, decía Borges. A menudo confundimos la ilusión con la esperanza. La ilusión es una apreciación equivocada de la realidad mediante la cual la investimos con nuestros propios deseos, y nos sirve para evitar el sufrimiento y soportarla. La esperanza, en cambio, surge de la oscuridad o de la desesperación, como el Ave Fénix, la esperanza, renace de las cenizas dejadas por los sueños quemados y carbonizados de los hombres. La primera es pasiva y nos engaña, la segunda es activa y con ella resucitamos. En este año habrá elecciones, no seamos ilusos pero conservemos la esperanza.
Lejos de la aldea, la ceremonia. Los hombres están sentados alrededor del fuego. Esta noche uno de ellos tendrá que partir hacia el país del otoño. Esta noche otro hombre ocupará su lugar. Desde las ramas de los árboles las aves nocturnas contemplan la despedida. El hombre que cruzará la frontera se pinta la cara con polvo de luciérnagas, es el rito. Los trazos rasgan su piel encendiéndola con numerosos colores que estallan en la oscuridad como un relámpago. Al país del otoño van aquellos que han aprendido a escuchar hasta el mínimo rugir de la naturaleza.
 La voz fue antes de la palabra. Los hombres se ponen de pie y danzan en círculo. En el centro solamente el alma. "No des nunca una lanza a un hombre que no sepa bailar", cantan. Al país del otoño van únicamente los  que han aprendido a mirar hasta el más íntimo gesto de piedad. El hombre que va a partir rompe el círculo y monta su caballo. Cuando cruza la frontera el grito de las fieras lo saludan y los árboles se inclinan, como si el viento huyera. Otro hombre se acerca a la hoguera, y ocupa su lugar. En el país del otoño hay mucho por hacer.
Otoño electoral, las Paso, otra vez el ejercicio ciudadano de elegir a nuestros representantes y ante la infinidad de mensajes, por parte de los medios, incluyendo la palabra cambio en relación al próximo comicio, conviene recordar que tanto en la naturaleza como en la cultura, y en los procesos sociales como en el  sujeto, lo único que permanece es el cambio. De esto da cuenta la historia, aunque la duración de una vida no sea suficiente para apreciar determinadas transformaciones. Sin embargo el ser humano tiende a buscar siempre lo estable, porque cualquier movimiento a su alrededor, o dentro suyo le produce angustia.
Por un lado, se siente amenazado por la aparición de algo nuevo y desconocido; por otro teme la pérdida de lo viejo y por lo tanto conocido, de allí la necesidad de controlarlo todo. Pero, más allá de nuestros deseos, todo cambia, y lo que no cambia se muere, como los dinosaurios y algunos de nuestros políticos.
Es frecuente que las pascuas coincidan con el comienzo del otoño,  y siguiendo con el razonamiento anterior acerca de cambio y las Paso este hay  año hay otra coincidencia. La palabra Pascua (pascae en latìn, pèsaj en hebreo) significa PASO. Por eso en estas Pascuas deseo de todo corazón que nos animemos y demos ese PASO. El que nos haga pasar: De la Resignación a la Acción; De la indiferencia a la solidaridad; De la queja a la búsqueda de soluciones; De la desconfianza al abrazo sincero; Del miedo al coraje de volver a apostar todo por amor; De recoger sin vergüenza los trozos de sueños rotos y volver a empezar; De la autosuficiencia al compartir el fracaso y los éxitos; De hacer las paces con nuestro pasado para que no arruine nuestro presente, y de saber que de nada sirve ser luz, sino podemos iluminar el camino de alguien.

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