miércoles, 24 de diciembre de 2014

Mary Vicy



               La magia de la  abuela Dó  Mary Vicy
Domingo de primavera, ideal para el asado familiar. Los dos manteles blancos extendidos sin ninguna arruga sobre la larga mesa eran incapaces de cubrir la última parte dejándola al desnudo. Entonces, como por arte de magia, aparecía ella por ahí para sacarme del apuro y hacerme recordar de aquel gastado mantel a cuadritos celeste y rosa, guardado en el cajón de la mesada.
- Que la vajilla nueva alcance para todos -rogué yo en un susurro.
 Las servilletas verde agua dobladas en triángulos insertadas en los vasos transparentes como un signo de elegancia, anunciaban la cantidad de comensales. Tres canastitos de mimbre distribuidos a pocos pasos unos de otros entre los saleros, nos tentaban con una pila crocante de rebanadas de pan. Las bebidas sudando frío, mostraban sus apellidos sobre las etiquetas mojadas.
De a poco fuimos acomodando las ensaladas de lechuga y tomate, las de papas con perejil, la infaltable rusa y para dos, zanahorias ralladas con huevos duros picados. Esta última la ubicaban al final de la mesa, frente a mi plato.
-En veinte está el asado- anunció Riqui y como si fuera la campana de largada, todos nos fuimos acercando a la mesa sosteniendo diálogos entrecruzados sin resignar final.
Acariciando el viejo mantel, me senté casi en la punta del largo banco dejando un pequeño espacio para que se acomode a mi lado, cerquita del jardín, porque a ella le gustaba tocar las flores naciendo de los pimpollos.
Yo la conocí cuando ya sus canosos cabellos anunciaban algunas soledades. Sencilla, dulce, muy de su casa, de esas madres únicas que preceden y trascienden a las de su propia generación.
El almuerzo se desarrolló entre anécdotas y recuerdos, con algunos consejos heredados de viejas costumbres que ninguna tecnología aún pudo sepultar.
Sin molestar, la abuela Dó fue recorriendo los espacios del olvido en la memoria del narrador de turno, arrancando risas, repartiendo nostalgias, consolando el corazón.
A una hora determinada, Maichy y yo nos refugiamos en la cocina y con el pretexto de lavar la vajilla, nos pusimos al tanto de las secretas cuitas familiares. En ese templo, nadie más que nosotras teníamos cobijo.
-Les voy a preparar unas vianditas a Lau y un poco de postre a Mariano. Ella es como yo, cocinar no es nuestro fuerte -y sin dejar de charlar fui envasando porciones en varios plásticos. Para la tarta de manzana de Lau preferí un plato de postre de una vajilla antigua. Me pareció ideal por el tamaño.
La noche nos encontró a cada uno en su propio nido. A última hora sonó el teléfono, atendí enseguida pero Miguel, medio dormido, se sobresaltó a mi lado.
- Es la nena, tranquilo - y me contuve unos segundos a que retomara el sueño.
- Mamá, gracias por las viandas -y sin esperar respuesta preguntó intrigada -¿Éste platito de dónde salió? ¡Qué lindo!
En pocas palabras le conté que perteneció a una vieja vajilla de los abuelos y que como por arte de magia, frente a una necesidad, ella siempre me sacaba de apuros.
- Má ¿Cómo era la abuela Dó?
La noche avanzaba con su rítmico taconeo en el reloj y las tres nos quedamos conversando hasta más allá de la madrugada.

No hay comentarios: