miércoles, 24 de diciembre de 2014

María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena



Infancia
 María Alicia del  Rosario Gómez de Balbuena

La lluvia calaba pertinaz, y amenazaba seguir -según juguetonas tala lunas que adornaban el patio -unas más saltarinas que otras- cuando Elisa hurgó en sus nostalgias y recordó "aquella siesta". Había atravesado la galería de la "Casa del Niño" donde vivía -antes de que llegara el padre Antonio-y metió "sus patitas" en el charco...
De niña, Elisa gustaba de jugar descalza. Le agradaba ver que el agua "se le trepaba" cuando apoyaba los piececitos en los patios anegados, como buscando ser alzada. ¡Así solía hacer ella cuando pasaba Raquel, la única que por aquel entonces le demostraba cariño! Cuando llovía, en aquella casona se pasaba "chapaleando" al patio general, y las marcas se notaban en cualquier calzado después... Los piececitos de Elisa, desnudos, no las mostraban...Su humanidad entera tenía otras marcas, aunque la mayoría de ellas no se advertían a simple vista.
Paja y barro haciendo de ladrillos, aunque desgastados, que se pegaban a una "pared" de tacuaras cruzadas dejando pasar frío y calor, un padre alcohólico -borracho de sociedad indiferente- y una madre que a duras penas se amañaba con los otros cuatro hermanitos, dejándola al cuidado de todos cuando debía salir a lavar ropa para arrimar monedas, sólo eso tuvo Elisa como infancia... ¡Y también los juegos a la orilla del arroyo, próximo al basural! Entre sus "hermanitos-hijos" Juan, de apenas un año, era su preferido. Tiempo después, algún informe de la Asesoría de Menores dio por tierra con sus aventuras haciéndola tomar conciencia -repentinamente- de que también existían "otras casas" donde podía vivir. Eran las que respaldaba la iglesia, en las que todos eran guiados en el trabajo y la disciplina. Y allá fue, llevada sin preguntas, y sin abrazos. Todavía recordaba el rostro seco de su madre con sus hermanitos "a upa" y la mirada "blandengue" de su desaliñado padre cuando la retiraron los del servicio social. ¡Para ellos significó una boca menos que engañar con el raído alimento de todos los días, mendrugos que a veces eran "mojados" con algo de vino, para que las noches de hambre no se escucharan!.. Algo le dijo entonces que no debía llorar y se dejó llevar sin oponer resistencia, con la aparente indiferencia de un asombro que no encontró respuestas inmediatas... Sólo sintió no haber podido avisar a Raquel...
Raquel era una joven que accidentalmente vio pasar un día, cuando jugaba cerca del arroyo -al costado del rancho, cerca del basural- por la ruta larga que conducía al puerto de su ciudad. Sus miradas se cruzaron y Elisa, con su sonrisita sin dientes delanteros, enmarcada por lacios y desgreñados cabellos "rubio-terroso" que más habrían parecido un ovillo mal desatado, levantó sus manitos diciéndole "chau seño" -como le habían enseñado en la escuela de la rivera-. Raquel le contestó "chau" y desde ese día todo se convirtió para las dos, en una linda y cariñosa aventura, que después se volvió futuro para la niña. Ella la veía pasar, y la esperaba todos los días. La muchacha siempre le dejaba algo. Primero fue una golosina, después una leche que, invariablemente, Elisa compartía trago a trago con sus hermanitos hasta verle el fondo al envase. Todos los días esa rutina, hasta que una vez Raquel vino en auto y la invitó a pasear, pidiéndole permiso a su padre, que a cambio de unas monedas les dio el sí. ¡Qué bien olía Raquel! A Elisa ese olor se le metió en la memoria...
¡A Elisa le había dolido tanto crecer! Cada día marcó en ella un gris de ausencia, aunque el cariño de su benefactora suavizaba en ocasiones aquel sordo dolor... Formalizada su "adopción plena", Raquel le dijo que debía seguir estudiando en la vecina ciudad y desde su partida, la estrecha comunicación que mantuvieron la ayudó a sostener lo que había sido su infancia sin abrazos, que se prolongó en una tímida y expectante juventud. Se convenció de continuar luchando por ser alguien, aunque supo que debía alejarse de todo lo que la había hecho sufrir, o no lo conseguiría. Sus inmejorables notas le aseguraron becas, y éstas una educación privada y acelerada, algo que precisamente Raquel buscaba para ella, aunque sin decirlo...Primero la sorprendió su primer título de "Trabajadora Social" luego el de Asistente y siguió por más... Hasta que un día su benefactora la llamó…
Volver a encontrarse con su pasado era una idea que la desconcertaba... Pero no dudó. Y regresó al pueblo.
Ni bien entró a la casa advirtió que el tiempo realmente había pasado para Raquel... ¡Se la veía tan poco saludable! -Supo luego que había estado enferma desde joven, aunque no lo demostrara jamás--. Sólo aquella mirada suya seguía siendo la misma. Y también su perfume... ¡El inconfundible olor que a Elisa le dictaba la memoria cuando extrañaba su regazo! El aroma de quien abonó su infancia desde que se encontraron...  El olor de quien le hizo conocer que el amor tiene muchas caras, pero que siempre tenía su base en el respeto mutuo.
A los pocos días, en la notaría y frente al testamento, Elisa fue enterándose de más cosas, y se le atropellaron los recuerdos… En la administración en la que trabajara Raquel,  desde hacía años y por expreso pedido suyo, tenían asignado un puesto para ella. Conduciría la Secretaría de la Niñez y Juventud -según le explicaron- el objetivo más fuerte de ese organismo era la lucha contra las adicciones, una fuente poderosa de destrucción que amenazaba hundirlos, desde que la explotación de la pobreza surgió en esa parte del continente.  Tras un sufrimiento de años y varias puebladas silenciosas, la fuerza política hubo de convencerse: “Era preciso reconstruir la sociedad y la familia”.  Y para ello no escatimarían esfuerzos, aunque torcer el rumbo impuesto por una oficialidad ignorante del grito universal, todavía  acarreara muchos padecimientos.
Elisa tendría a su cargo los controles de toda la minoridad de la ciudad... Aunque desde el dolor, supo que en sus propias manos estaba sanar las heridas de su infancia y contener a quienes aún no habían podido hacer escuchar su voz... Y todo lo haría en memoria de Raquel.
Un repentino pensamiento sacudió ese mágico momento de recuerdos... Le pareció escuchar la voz de Juan, su preferido entre los "hermanitos -hijos" de aquella infancia sórdida... Y sintió en la nariz el cosquilleo que siempre le producía su naricita, restregándose -mocosa y sucia -contra la suya. Entonces alzó una mano y "calmó el picor", sonriéndole a su nostalgia...Muy pronto el sol comenzó a abrigar sus pensamientos despejando la humedad, y después de un reconfortante café las ideas se le atropellaron en la mente...

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