domingo, 27 de septiembre de 2009

GRACIELA NÚÑEZ


COLAS Y COLAS

Si de colas se trata, yo de eso, sé mucho. Desde que nací que sentí nombrar esa tierna palabra. Mi madre siempre atenta a que no se me paspara.En jardín de infantes jugaba a ponerle la cola al chancho con los ojos vendados. Me gustaba y divertía mucho. Toda la primaria fui peinada con una cola de caballo para que el pelo no se me cayera a los ojos y evitar el contagio de piojos. De adolescente presencié, en la playa, un concurso de la Cola Reef. Las chicas desfilaban mostrando sus colas redondas y levantaditas. Ya de grande las colas que me tocó hacer no eran tan divertidas: colas para pagar servicios, impuestos, tarjetas. Colas para cenar en restaurantes. Largas colas para ingresar al cine y a recitales. Cola de espera para abonar en el supermercado. Interminable cola para conseguir empleo y entregar currículum. La eterna cola en la parada del colectivo. Y nunca falta el que se cuela en la cola y te hace pasar un mal momento.
Descubrí que casi siempre se aplica la Ley de Murphy sobre las colas: fui a pagar el último día que vencía el ABL, había veinte personas delante mío. Miré la hora, calculé el tiempo de espera y decidí volver luego. Así lo hice y al regresar me encontré con que había ahora más personas que la primera vez. Recordé la dichosa ley que dice: llegue a la hora que llegue siempre habrá mas gente en la cola... Me puse en la que había menos gente a esperar mi turno y oh sorpresa la cola que tenía más gente avanzaba ligero. Nuevamente se daba otra ley: la otra cola siempre es mas rápida... Entonces me corrí rápidamente a la de al lado que casualmente quedó paralizada en una persona antes de mí, por la cantidad de facturas a pagar que llevaba. Mientras tanto observaba que la fila, que había abandonado un rato antes, avanzaba velozmente. Otra vez se dio la ley: "si cambia de cola la que acaba de dejar empezará a avanzar mas rápido que la nueva".
Pero eso no es todo. Cuando por fin logré llegar a que me atendieran y entregar mi factura para que me la cobraran, el cajero muy amablemente me señaló que se abonaban en la otra fila. Nuevamente se dio la ley: "cuanto más tiempo se lleva haciendo la cola, mas probabilidades hay de equivocarse de ventanilla".
Me rendí. Acepté mi destino, hice otra vez la cola correspondiente.Toda esta situación me trajo cola: pies hinchados, contractura, pésimo estado de ánimo, pérdida de tiempo. Pero mi impuesto fue abonado el día de su vencimiento.

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