martes, 7 de octubre de 2008

NORMA TRAFERRI


DE CARRANZA A CATEDRAL

Mi hermana Julia y yo, podemos esta vez subir al subterráneo y sentarnos juntas. La diosa fortuna, hace que la puerta se abra delante nuestro. Eso nos da la oportunidad de hablar durante veinte minutos, sin que nada nos interrumpa. Pienso: es más tiempo del que habitualmente tenemos a diario. Volvemos en horarios diferentes, regreso muy cansada, y sólo pienso en darme un baño, cenar y acostarme a dormir.
La noche y la cena es una pesadilla repetida. Un plato de comida delante, un televisor encendido, mirando un canal de entretenimientos, sin que nunca mi madre me pregunte nada. Nuestra madre, es un libro de quejas y reproches, si lo hubiera escrito, su título sería: "El mundo contra mí". Y nosotras, según su criterio, somos simples espectadoras de sus desgracias cotidianas. Un padre que se fue sin despedirse, y yo lo comprendo, buscó su libertad. Ella, creo, ganó la suya, se cruzó de brazos, no sin antes prenderse de nuestras faldas. Para nosotras, es duro mantener todos los gastos de la casa. Para ella, es nuestra obligación hasta su muerte. La pronostica próxima, casi a diario, desde hace años.
Pienso en mi anhelo. Poder tener el dinero para comprar un pasaje , y huir de la mesa, de la casa, de la rutina, de mi madre...
Nos estamos convirtiendo en dos solteronas, de esas, que sin importar la edad ni aspecto, se las ve grises. La realidad de lo que me rodea, las caras de los otros pasajeros. Tampoco me dicen nada. Como autómatas, lobotomizados, hipnotizados. Cada uno pensando, vaya a saber en que. El ciego trata de avanzar entre el pasaje diciendo: Soy ciego... una moneda por favor. Hace años que lo veo, siempre igual. Una muchacha comienza a desplegar su atril, la partitura, saca su flauta, y es a la gorra. Nadie parece ver ni escuchar nada. Yo tampoco. Hará unos tres minutos en el que sólo se escucha el sonido de la formación en marcha. Las manos de Julia acarician la hebilla de su bolso, una y otra vez acompañando el silencio. Me sorprende comprobar que no es nada nuevo entre nosotras. Poco o nada sabemos la una de la otra. El habernos sentado juntas nada cambia.
Faltan dos estaciones y bajaremos en medio del tumulto humano de todos los días, y del que formamos parte. Será entonces que nos daremos un rápido toque, mejilla a mejilla, simulando un beso de despedida, diremos: Chau, hasta la noche. Y eso será todo.

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