martes, 15 de julio de 2008

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


UN PUTUTU EN LA NOCHE DE LOMAS DEL MIRADOR

Fui a dar clases de violín, como todos los martes, a la escuela de música que dirige Luis Mounier en Lomas del Mirador. Faltaron mis dos alumnos, así que durante la primer hora, mientras los esperaba, nos pusimos a tocar. Yo el violín, él, la guitarra. El haber egresado en el conservatorio Leopoldo Marechal más su vasta experiencia en grupos y dúos, lo acreditaban de una gran solvencia a la hora del acompañamiento y la improvisación. Hicimos una zamba, un tango y una chacarera. Tomamos mate cocido, conversamos... Luis es un gran conversador, los temas se iban sucediendo, pero todos estaban relacionados con la música. Además de enseñar guitarra, bajo, piano, flauta y canto, se había especializado en el estudio y fabricación de instrumentos que ejecutaban los pueblos originarios de América, pero también reprodujo algunos ejemplares de África y Asia. Los distintos, innumerables objetos musicales decoraban las paredes del pequeño local. A muchos yo los conocía y los había observado la primera vez que fui: Allí estaban las quenas y quenachos, las tarkas, los sikus...
Sobre una de las paredes había una tira de hierro dónde colgó su colección de cuerdas; Sus guitarras criollas, su guitarra eléctrica, el bajo... En clases anteriores había tocado el tiple (Parecido a la guitarra pero más pequeño, con cuerdas triples. Es originario de Colombia, y ha llegado también a Cuba y a los países del caribe)
Tampoco había mostrado dificultad para sacarle melodías a su violín. (Le fabricó el puente y una clavija) Le indiqué algunas cuestiones técnicas y la forma correcta de tomar el arco.
Me contó que tocaba el charango, y que siendo profesor había conocido a su mujer...
Arriba de la puerta colgaban sus trompetas autóctonas que él mismo había confeccionado a la manera antigua: El erke utilizado en el carnaval en el noroeste Argentino. (Consiste en dos cañas insertadas de al menos un metro y medio cada una. Para sacarle los nudos a la caña había tenido que introducir con verdadera paciencia y dedicación, un fierro que fue abriendo camino) En la punta tenía una trompeta de metal por dónde salía el sonido. "Entre los graves y los agudos podés hacer un acorde mayor"...
Tenía otra caña con una trompeta de cuero que tocan los mapuches. En esta ocasión había abierto la caña en forma transversal, le había sacado los nudos y vuelta a cerrar, y para que no se escape el aire selló la junta con tripa de no sé que animal...
Otra trompeta consistía en un pliegue de una corteza de laurel que tocan en África. Le costó hacerla sonar y finalmente lo consiguió. Era algo así como el barritar de un elefante tímido. ( El ojo musical de Luis esta muy preparado para buscar en la naturaleza y en todas partes los distintos materiales para producir sonidos)...
Pero la trompeta que más sonaba era el Pututu: Aquel gran caracol que usaban los incas en toda la costa del pacífico. Soplaban de uno de los extremos previamente acondicionado y el sonido salía fuerte y puro, como un balido de cabra ronca que atravesaba las montañas. (Era tanto el volumen que hizo vibrar los parches y las cuerdas de los otros instrumentos que había en la escuela) Los incas lo utilizaban para anunciar la presencia del enemigo, y en las fiestas de la agricultura, cuando salía el sol, para rendirle culto a la Pachamama.
Me mostró unos cuantos arcos que colgaban de la pared. Eran, creo, de origen mataco. Tenían distintos largos y curvaturas, los extremos unidos por un hilo que frotaba con otro arco más pequeño. La verdad es que no pude comprender muy bien sus sonidos...
En una estantería había piedras redondas y chatas, de distintos tamaños, dispuestas en forma vertical a imitación de los países de oriente. Al golpear las piedras producían un sonido seco, y cada piedra era una nota musical...
Y así el maestro siguió contando historias, tocando uno y otro instrumento, soplando otras cañas que le resultaban difíciles " Cada vea que voy a dar una charla semana porque enseguida Me contó de cómo había hecho los sikus de Pvc y de los tapones que le puso para poder regular la afinación.
Me enseñó sus tachos de helado, parches de cinta mediante y decorados con las coloridas palmas de las manos de sus alumnos de jardín, convertidos en tambores.
Hice sonar unas semillas que recolectó al pie de un árbol. Las unió con unas lanas y, al agitarlas, sonaban cual sonajero. Al lado de las semillas estaba el bombo y unos platillos.
Luis es un gran lector de historia y arqueología. Un investigador, un antropólogo musical. Con las fotografías publicadas en los libros reprodujo okarinas en cerámica. Me contó que tenía muchas okarinas con distintas afinaciones que representaban a múltiples étnias de los pueblos originarios...
Abajo del título del conservatorio y de una foto dónde se lo ve cantando en una formación de trío, está la biblioteca en cuyos estantes hay libros de partituras, sonatas de Bach, libros de pedagogía, de confección de instrumentos, biografías de músicos...
Seguimos hablando y hablando y escuché con atención sus teorías y pensamientos. "Los europeos no inventaron nada. El violín y la guitarra, por ejemplo, son evoluciones de la cítara que inventaron los griegos. Muchos instrumentos vienen de oriente, de dónde ahora es Irak" ...
Sopló una flauta hecha con Pvc, de afinación muy distinta a la convencional. Con un afinador electrónico me mostraba las alturas de los sonidos que no guardaban ninguna relación entre sí, sin embargo lo que tocaba resultaba armonioso. Me mostró un gráfico con una anotación musical que había inventando para leer la música compuesta para esa flauta...
La clase de violín que no pude dar se convirtió en una hora y media de clase magistral de musicología. El tiempo pasó volando. De pronto eran las diez y me estaban esperando mis mujeres... Lleno de historias y de música, pedaleé los cuatro kilómetros hasta Liniers. Pensaba en Luis, en su escuela y en sus palabras. "Mi sueño es abrir un museo para exhibir todos estos instrumentos"
En la semana las ideas fueron macerando lentamente. Poco a poco rumiaron sus palabras para escribir esta crónica.
Pensé que la imagen del Pututu era la más fuerte, la más representativa, sin dudas la más sonora.
Quinientos años de masacre y colonización no habían podido exterminar con la cultura de los pueblos originarios... Aún sobrevivían sus historias, sus instrumentos, su música.... En un pequeño rincón de Lomas del Mirador volvía a crepitar el fuego de nuestras raíces. El pututu nos reconciliaba con la memoria ancestral de los hombres y mujeres que vivieron libres en nuestro continente.

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