miércoles, 7 de mayo de 2008

RICARDO ALLEVI


CAMPANAS CELESTIALES

Las hermanitas estaban muy cansadas. Las novicias no tanto como ellas porque eran muy jóvenes; pero todas habían dormido mucho, sin despertarse porque habían trabajado demasiado el día anterior. Lavaron el piso de la capillita, lo enceraron y lustraron, cambiaron los manteles de los altares, volvieron a pulir los candelabros de bronce y dejaron las flores del Altar Mayor preparadas para ponerlas al día siguiente.
Se fueron a dormir enseguida, después de la frugal cena, como todos los días, excepto la hermana que se quedaría toda la noche en vela, rezando y cuidando de todas ante cualquier peligro. Ella se encargaría de despertarlas a las cinco de la mañana para los últimos arreglos y que la capilla luciera hermosa como todos los domingos, cuando celebraban la misa de siete.
Pero ese día nadie las despertó porque la hermana en plegaria toda la noche, también se había dormido profundamente, asustada por dos o tres latidos metalizados de su viejo corazón enfermo.
Así la encontró la Madre Superiora que se levantaba antes de que la despertaran. Ella se encargó de llamar a todas las demás para que la ayudaran a preparar el café con leche y las tostadas del desayuno que tomarían después de la comunión. Lo hicieron rápido y fueron a terminar los últimos detalles de la capillita. Se les hacía tarde. Iban y venían por los pasillos del convento y la nave de la iglesia, deslizándose como palomas asustadas, con sus velos inmaculados que dejaban oír suspiros al rozarse.
La Superiora, como siempre, pidió a las dos más gordas y fuertes que la acompañaran al pie de la torre de la campana para llamar a misa porque eran las siete menos cuarto.
Las tres se sorprendieron cuando intentaron colgarse de la soga y la encontraron caída en el piso, ondulante y enroscada como una víbora.Las tres monjitas se persignaron al unísono, pensando en el demonio aparecido como una serpiente muerta en el suelo.Se asustaron y pidieron ayuda al Señor por sus malos pensamientos elevando la vista al cielo.
Esa mañana, vieron el techo del campanario vacío y desnudo de la única campana de bronce de ochenta y cinco kilos, robada durante la noche.
Pero el llamado de la campana no fue necesario. La gente del barrio ya iba a la iglesia desde donde se escuchaba el coro de las monjitas que sonaba como ángeles, cantando el Ave María, aquí, en la tierra de Gualeguaychú, lleno de ternura y emoción con sonidos celestiales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ricardo, esa es una herida abierta, todavía duele. No están solos, los acompaña la memoria de todos los argentinos y sí, estan en suelo nuestro!
Hermoso cuento/homenaje.
Marta Ravizzi