sábado, 12 de abril de 2008

LULÚ COLOMBO



EL MAGO Y LA OBRA


Lo perseguía siempre el vago presagio de su inminente muerte. Cuando planeó aquellos corredores y recámaras de frisos aúreos -que lo recordarían para la posteridad- no pensaba que aquel único y atribulado habitante sería acusado de soberbia -también se había escrito que "tal vez lo fuese de misantropía, y tal vez de locura", y que le sustraería la merecida fama. Se movió la maravillosa criatura, aquella, la de millares de ojos curiosos y alas más rápidas que el viento; la viajera fama velozmente lo abandonaría por ese abominable ser, famoso ya hasta lo intolerable, aun siendo fruto de la blasfemia. De aquellos espesos muros el mar desvanece la sola evocación del terror, y el mar azul del que emerge el atlético toro que fascinó a una reina es sólo recuerdo envuelto en brisas, así lo evoco. Él siguió su vuelo perseguido por sus hazañas y el fervor de su peor enemigo. No quería ser recordado por sus antiguas glorias e ingeniosidades y mucho menos por el desolado habitante de su obra maestra, aquel que esperaba descansar cuando su matador lo redimiese - estaba ya escrito. Este magnífico creador, capaz de pensar todos los espacios y llenar el paisaje de muros que ocultaban jardines y habitaciones, salas y celdas, corredores sinuosos y estrechos pasadizos, sólo para que el habitante se consolase de su horror y soledad, no admitiría nunca que el ser oculto le robase los favores de la fama, aún sin proponérselo. A él, que lo había dado todo por la gloria, y la obra... la obra ya no tenía la menor importancia. Llegó a matar a su sobrino por haber inventado ciertas técnicas para las nuevas construcciones, así era él. Cuando lo veo relajado en el agua, en esa beatífica pose, mal comprendo que todos hayan querido contemplar esto y que al fin y al cabo yo lo haya logrado: yo terminé la obra de mi padre y seré recordado por siempre, no será mi acto, será mi obra. Ahora yace en la recámara de jade y mármol, sólo, como aquel desolado habitante del palacio, cubierto apenas por blancos pliegues del albo paño, y ese cáliz que no ha tocado, y las flores que fueron dispuestas a su placer, infinitos pétalos del color del té, como el cutis de las mujeres que le enviaba mi padre para su placer. Mal sabía que los siglos le devolverían el brillo de sus sensuales estatuas, las sinuosidades del palacio de extraños espacios y caminos que nos llevan a ningún lugar y a todos los lugares, sólo para honrar su talento. Aquí está, se había preguntado si la vida era eso, sus dioses eran los que pagaban con creces los favores de su inteligencia y la magia de su saber. De los placeres que todos los humanos desean, la escurridiza Fama le hacía perder el sueño, y luego fuera ella la que finalmente le hiciera perder la cabeza, hasta perder la vida. Le fuera entregado el talento de soñar los espacios y de crear instrumentos para hacer realidad las aphrodisias y los deseos de inmortalidad. Así construyó el palacio, allí escondieron a aquel desdichado y él fue colmado de riquezas. El oro no le interesaba, él soñaba. Y soñó subir al sol sin fundirse en él. Estaba escrito que su fin sería abrazador, una sinuosa incandescencia le llevaría al río de las ánimas y a recordar los pasadizos, las estatuas, las perfectas curvas de aquellos corredores donde tantas víctimas se habían extraviado. Se lo había advertido el mantis pero no hizo caso, estaba ocupado en la concepción de un gran monumento para mi padre. Llegaba recién del norte y ya de él se contaban audacias y maravillas, habitado siempre por el dios del sueño, dulce y atroz. Decían que no había llegado por el agua y que era "señor de vientos y brisas". Sabíamos que lo llamaban "el mago", y también que había huido con su hijo. Mi padre lo hizo funcionario de alto rango; le dio poder para que hiciera de este lugar el más inolvidable paraíso y fuera recordado por las magníficas construcciones. Sus enemigos no le dieron mucho respiro. Confieso que tenía bien ganado el apodo de "el mago", con astucia eludía siempre trampas y emboscadas, hasta hoy. Yo también seré conocido, la posteridad me conocerá por mi acto, no sólo aquellos pocos que tengan el coraje de investigar lo que ocurrió. Había llegado al fin de las obras y las plataformas del estilóbato se veían de forma tal que a golpe de vista los escalones parecían sertodos iguales, siendo todos desiguales, y había calculado la curvatura de las superficies planas que corregía todo tipo de ilusión óptica, así era él. La cuadratura del círculo estaba allí, asombrosa. Cuando lo vi por primera vez, estaba quieto mirando el mar, noté el brillo oscuro con que oteaba la costa lejana, su tierra. Debía seguirlo y estudiar hasta sus menores gestos: era orden de mi padre. Yo le llevaba ventaja, sabía quién era esa engañosa apariencia y el sutil talento para poner curvas en planos y moldear legendarios frontispicios. Yo conocí el alado cincel del que salieron diosas rosadas y azules faunos, y los rayos de Zeus de nacarado esplendor bañando el rostro suplicante de Tetis. Enumerar lo bello y lo infinito es vano, desmesurado, provocador. Las luces del atardecer bajaron sobre el mar, la playa se llenó de fuegos y aroma de maderas raras y carne asada. Una flauta deslizaba alegría entre las rocas y el aire era perfecto; acunaba el mar los barcos allá abajo en la protegida bahía. La obra estaba acabada, preparábanse los festejos para recibirla de manos de su creador y admirarla; y éste es el día en que debí hacerlo. Mandé dos servidores a avisar que él estaba indispuesto. Fui a sus habitaciones dispuesto a cumplir mi cometido. Lo encontré preparándose para su día de gloria, cuando la ciudad entera esperaba homenajearlo; había logrado fieles adoradores y denostadores acérrimos. Los enemigos eran bastantes, servidores movidos por la humillación a que los sometiera habían fracasado en sus intentos de asesinarlo. Yo lo vigilaba día y noche pues el privilegio me estaba reservado. Los funcionarios también lo odiaban, envidiaban su prestigio junto a mi padre, su palabra era ley y sus deseos, órdenes. Todos los que le rodeaban tenían motivos para matarlo, menos yo, el más obediente de los hijos. Nadie podría pensar que sería capaz de semejante acto, en el nombre del padre, como nadie fue capaz de imaginar a mi padre como el mandante del crimen. Mucho tiempo hubo de pasar hasta saberse quién fuera el asesino y quién el mandante, el asombro recorre las centurias; en la gloria hube de entrar también. Veo su semblante asombrado y mi rostro en su pupila muerta, de mí fue del único que no se cuidó. Mi padre le rendía honores y lo tenía convencido de su lealtad, al morir supo la verdad: mi padre lo odiaba. No niego que lo admiré, aquella mente era capaz de crear lo que yo jamás podría, pero yo fui capaz de crear esto, una bella composición: él, reclinado en la bañera, esculpido en mármol, la túnica mojada pegada al cuerpo exhalando vapores, hay una bruma espesa y caliente que sube del agua, marchita los pétalos y busca las columnas hasta disiparse en el azul estrellado de la noche, la luz le ilumina el rostro cerúleo y hace caer una sombra de su nariz a la boca arqueada por el golpe de calor. El antes crispado brazo, ahora rendido toca el verde jade del fastuoso suelo. Penetra el vapor y suave va vistiendo las ropas de espléndidas tramas orladas de brillos que esperan en vano adornar su gloria, y las va opacando. Extraordinario, como él, es el cálculo de tuberías para calentar las aguas de la casa de mi padre. De él fue la idea -después de todo- de tornar peligrosas a estas aguas. Le ofrecí un cáliz de vino pero no quiso beber, lástima; estaba excitado por las honras y nada sospechó. Vaporosas esencias excitaban los sentidos cargando el ambiente cuando entró a la estupenda bañera ornada de broncíneos faunos. Sólo tuve que sujetarle la nuca con una cuerda. Enseguida le hice conocer los designios que estaban escritos para él desde que pisara estas playas, y asombrado comprendió. Balbuceó algo, no entendí.
- La luz ya huye de mis ojos, no veré más el dorado sol ni sentiré la brisa del mar en las sienes, dijo, y aflojáronse sus rodillas. Pífanos y flautas en su honor jugueteaban con la piedra desde lo alto del monte adivinado.
Yo, finalmente, he concluido mi cuadro.

*Lulú Colombo. Escritora. Primer Premio Nacional de Creatividad en Prosa de la Secretaría de Cultura da la Nación por "Encrucijada y otros cuentos". 2004. Autora de "Protextos". Poesía Social. 2004; "La coreografía de los Mares" .2002. "Haycus". 2003. "Gente de tierra, de agua y de aires". 2006. Premio "Cuentistas Rosarinos". 1998-1999-2000. UNR Editora. Universidad Nacional de Rosario. Premio UNL Conmemoración Aniversario de la Facultad de Química. 1999.

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