miércoles, 25 de marzo de 2020

Ariel Félix Gualtieri




El novio de María 
Ariel Félix Gualtieri

María, que siempre había sido rubia, pequeña y delgada, contaba por aquel entonces con veintisiete años. Hacía poco que se había recibido de médica y trabajaba como residente en un hospital. Vivía sola en un pequeño departamento alquilado de un ambiente, en el barrio de Palermo, donde su única compañía era un enorme sapo llamado Moque. Pareja, no tenía. A lo largo de los años había emprendido varias relaciones, pero ninguna había llegado a buen puerto, y la pobre muchacha vivía ahora, a todas luces, francamente desesperada por conseguir un novio. Buscaba un sujeto pacífico, alguien que se pudiera presentar a la familia y a los amigos, que se quisiera casar y tener hijos.
María tenía dos amigas que habían encontrado pareja a través de una red social, en internet, y aunque a ella no le gustaba mucho esta metodología —y además tenía miedo de encontrarse con gente «rara»; miedo que le había inculcado exitosamente su madre durante la adolescencia— decidió intentarlo. Al cabo de unos días, llegó a entablar una relación con Juan, un abogado dos años mayor que ella, quien, al parecer, había vivido experiencias parecidas en el plano de las relaciones amorosas. Después de dos o tres días de comunicación electrónica a través de mensajes de texto, Juan la llamó para invitarla a salir. La chica aceptó con alegría y se conocieron personalmente. Para gran satisfacción de María, Juan resultó ser una persona completamente normal, y pronto se estableció un noviazgo como el que ella tanto había deseado. Se veían un par de veces por semana, generalmente los jueves y los sábados. Iban al cine, a cenar y a caminar, y hablaban de proyectos para el futuro. Ella conoció a la familia de Juan, y el muchacho fue a cenar a la casa de los padres de María.
Después de un año de relación, la chica se había vuelto una persona feliz y con planes de casamiento. Sin embargo, la pobre María no sabía lo que estaba por ocurrir. Fue por aquel entonces que nosotros comenzamos a recibir noticias sobre ella.
Cierto día, Juan le dijo que debía irse de viaje por una semana, pero que le resultaba imposible contarle a qué lugar y por qué causa. De más está decir que aquello no le gustó para nada a María. Fue un terrible golpe para la chica, y le hizo recordar dolorosas traiciones de parejas anteriores. «¿Y por qué no podés contarme nada?, ¿por qué tanto misterio?», le preguntaba a Juan. «María, mi amor, confiá en mí, no te preocupes por nada», la tranquilizaba su novio, «en una semana vuelvo y seguiremos como siempre». A la semana siguiente partió Juan. Un rato antes de despedirse, sacó del bolsillo su teléfono celular y se lo entregó a María. «Quedátelo vos», le dijo a su novia, «solamente nos comunicaremos por correo electrónico». Cuando la chica le preguntó el por qué de aquella extraña determinación, Juan miró al piso y no contestó nada.
Un día después, María recibió el primer mensaje de su novio: «Hola María, mi amor, ¿cómo estás? Espero que muy bien. Por mi parte, no puedo quejarme. Acá todo es maravilloso. Te extraño tanto…».
Para ella, que había pasado unas horas terribles desde la partida de Juan, aquel mensaje suyo le produjo, a pesar de las dudas que despertaba, un enorme alivio. Le contestó entonces con alegría e incontables palabras de afecto. Durante los días que duró su ausencia, él no dejó de escribirle, aunque sus mensajes siempre eran parecidos al primero. Las respuestas de ella fueron perdiendo intensidad y ganando lugares comunes. Finalmente, al cabo de una semana, tal como lo había prometido, Juan regresó con María.
Ella insistió para que le dijera a dónde había ido y para qué, pero él no quiso decirle nada. María reflexionó entonces sobre la posibilidad de separarse, pero finalmente no lo hizo.
Juan siguió viajando. Lo hacía cada mes, o cada dos meses. Los viajes duraban entre una semana y diez días, y siempre se comunicaba con María a través Los viajes duraban entre una semana y diez días, y siempre se comunicaba con María a través de correo electrónico. Todos sus mensajes eran muy similares. Hemos logrado conseguir una buena parte de ellos, algunos de los cuales transcribimos a continuación:
«Hola María, estoy encantado, emocionado hasta las lágrimas con todo lo que me rodea. El domingo regreso. Me muero de ganas de verte».
«María, hoy ha sido un día maravilloso, jamás se borrará de mi memoria. Te quiero».
«Te amo con locura, María. Si vieras lo que estoy contemplando en este momento, te encantaría, no lo olvidarías jamás. ¡Ay de mí, María!, ¿por qué no estoy junto a vos ahora?».
«María, hoy estuve pensando todo el día en vos. Me está yendo muy bien aquí, realmente lo estoy disfrutando».
Pero dentro de todos los mensajes que hemos logrado reunir, creemos que el siguiente pudo haber sorprendido a María más que los otros:
«María, por favor, tenés que echar a Moque de tu casa».
La situación duró algo más de dos años. Y durante todo aquel tiempo, ella no logró arrancarle a Juan ningún tipo de explicación. Cuando le preguntaba por aquellas maravillas de las que hablaba, su novio se mostraba indiferente, callaba o cambiaba de tema. Por otro lado, María no tenía con quien hablar sobre todo aquello. Juan le había hecho prometer que no le comentaría a nadie acerca de sus viajes. «Ni mis amigos ni mi familia lo saben», le explicaba a su novia, «es un secreto que, por el bien de los dos, debe permanecer entre nosotros».
Finalmente, un día María logró reunir las fuerzas necesarias para decirle a su novio que si no le contaba a dónde iba y qué era lo que hacía, entonces ella lo dejaría para siempre. Juan le pidió unos días para reflexionar sobre el asunto, pero aquella misma noche la llamó para decirle que comprendía su planteo y que le contaría toda la verdad. «Merecés saberlo, María, te lo tendría que haber dicho mucho antes, ahora me doy cuenta: ocultártelo fue una estupidez». Acordaron encontrarse al día siguiente en el lugar de siempre, un café de la avenida Córdoba. Como era usual, ella llegó puntualmente a la hora convenida. Juan, siguiendo también su costumbre, apareció unos veinte minutos después. La encontró tomando un té. Se saludaron sonriendo con un pequeño beso en los labios, él tuvo que inclinarse bastante porque su novia no se levantó. Juan se sentó y el mozo se le acercó enseguida; pidió un café con leche y un tostado de jamón y queso. Entonces, sin darle a María tiempo de decir nada, volvió a pararse para ir al baño, no sin antes ofrecerle a su novia una suplicante disculpa, que ella tuvo que aceptar sin remedio. La chica se quedó mirando a través de la ventana del café. Permanecía reclinada hacia adelante, con la mano en la barbilla. Mientras veía como la gente iba y venía por la calle, pensaba en lo que le diría su novio. En cierto momento pasó frente a ella una familia de cuatro: madre, padre y un par de niños de entre seis y diez años. Los pensamientos de María arribaron entonces a su niñez, y en su pequeño rostro comenzaron a aflorar leves sonrisas..
De pronto María notó que su novio estaba tardando demasiado. Miró el reloj y estimó que ya habían pasado unos veinte minutos desde que Juan se había encaminado hacia el baño. Cuando transcurrieron otros diez, con la cara colorada, se acercó al mozo que los había atendido. Este se introdujo en el baño, y pronto salió y le dijo a María que su novio no estaba allí. Ni aquel mozo, ni el otro que había en el café, ni tampoco el cajero, recordaban haber visto salir a Juan del establecimiento. Ella les preguntó entonces a los otros clientes que estaban en el café, uno por uno. Todos ellos parecieron sorprenderse cuando María los abordó. Algunos se molestaron, otros se asustaron, pero ninguno pudo decirle nada acerca de su novio.
CONSULTOR PSICOLOGICO
Crisis vitales – Duelos - Ansiedad
Pareja y familia - Procesos breves - Pérdidas
Resolución de conflictos - Explorar posibilidades

Carlos Margiotta 15-4194-2200

 
María jamás volvió a ver a Juan. Tampoco volvieron a verlo sus amigos ni sus familiares, y entre estos no faltaron los que culparon a María por aquella dolorosa desaparición. Pero como nosotros sabemos, la pobre muchacha, que ha vuelto a estar sin pareja, y que continúa viviendo sola en el departamento de Palermo, es completamente inocente. Y además ha cumplido su promesa, ya que, a pesar de tales acusaciones, nunca le ha dicho una palabra a nadie acerca de los misteriosos viajes de Juan.

Con respecto al sapo Moque, desapareció el mismo día que Juan, y tampoco hemos vuelto a saber de él.



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