martes, 30 de abril de 2019

Jenara García Martín



      Veinte años después  
Jenara García Martín 
(evocando a Azorín)

Era un día gris que anunciaba la llegada del Otoño, cuando el carruaje que  comunicaba los pueblos y aldeas del Norte de Castilla,  había comenzado a ascender la zona de montaña, despacio, por un  camino sinuoso hasta llegar a la cima. Uno de los viajeros – ya de edad avanzada, con barba y cabello gris,   de mirada fija, con capa, sombrero y bastón, - preguntó:
-¿Estamos ya en lo más alto del camino?
-Sí, ahora empezaremos  a descender –le contestó una pasajera.
El señor del sombrero seguía hablando sin que nadie le interrumpiera como evocando recuerdos lejanos y sin mirar por la ventanilla:
-Desde aquí ya se divisará todo el valle.  Allá en la lejanía brillarán las tejas de la cúpula de la Iglesia. Reflejará el sol en el agua del río. Díganme, ¿se ve a la derecha, allá junto al camino viejo que lleva al pueblo, una casa blanca que apenas asoma entre los árboles?
-Sí, ahora parece que  refleja el sol en una ventanilla que está en lo alto de la casa – le respondió la misma pasajera.
Mientras,  el carruaje ya iba descendiendo  al llano y serpenteaba el camino entre los extensos campos  de labranza y frutales. Ahora el señor del sombrero decía que escuchaba  las campanas de la Iglesia y que antes tocaban más temprano las del convento de las Bernardas. Y preguntaba si habían construido  edificios nuevos en el pueblo.
-Hay algunos, pero pocos. Cerca de la ermita   han levantado una fábrica … le contestó la pasajera de al lado.…- ¿Una fábrica? ¡Manchará con el humo el cielo azul! Ese cielo azul que era tan radiante…
-¿Hace mucho tiempo que usted no venía por el pueblo? –Le preguntó  un pasajero.
Y con cierta nostalgia en su voz, le contestó que hacía unos veinte años.
El carruaje ya entraba  por las callejuelas del pueblo y el señor del sombrero exclamó con regocijo.
-¡Ya estamos en el pueblo!  Escucho los gritos de los chicos que están jugando. Aquí por donde     vamos ahora,  había talabarteros y zapateros y deben de seguir,  porque siento olor a cuero.
Una pasajera le contestó que sólo  había un pequeño taller, porque  ya  la mayoría de los objetos los traían fabricados de afuera. Reconoció que pasaban por  la plaza ancha con las columnas de piedra en los soportales y que en una esquina estaba el comercio “LA DALIA AZUL”
Ahí está todavía. Y han abierto algunas tiendas más. Y en el centro han hecho un jardincillo – le respondió la misma pasajera .
El carruaje se detuvo y abrió la puerta para que descendieran los pasajeros.  Habían llegado al final del viaje.
El señor del sombrero no se movilizó. Esperó sentado y descendió el último, despacio,    apoyándose en el bastón. Alguien le tomó del brazo y le preguntó:
-¿Cómo está Dº Pelayo? …
-¡Toribio- Toribio!  - exclamó, pues reconoció enseguida esa voz…
-Sí soy yo. ¿Cómo está usted? Y ¿El viaje? -  Toribio le sujetó del brazo y comenzaron a caminar.
-Muy grato Toribio  ¿Tienes mi maleta?
-Sí,  Dº Pelayo.
D° Pelayo le preguntó  por toda la familia. Y por la Casona cerrada.
-Todos bien, Dº  Pelayo. Y la Casona, todos los meses la limpiamos, por lo menos dos veces al mes, desde hace cinco años, cuando  ordenó que no se volviera a ocupar porque usted volvía para instalarse en ella. Cómo lamentamos  sus cambios de planes. Y más aún los motivos. Pero a pesar de los años que han pasado, se conserva bien y   todo está tal como usted lo dejó. Nadie de los que la han habitado, cambió  nada
-Veinte, Toribio. Veinte años. Demasiados. Ya estamos llegando.
-Sí D° Pelayo. Ya llegamos.
Ya están frente a  la puerta de entrada. Es una Casona de pueblo ubicada entre una arboleda y huerta en la parte de atrás con frutales, cerca del río, donde se destacaban unos hermosos álamos. Toribio ya había colocado  la llave para abrir,  pero Dº Pelayo le sujetó la mano.
-Déjame que yo abra la puerta –y él dio vuelta a la llave  y abrió.
Ya están en el interior  de la Casona. Dº Pelayo va recorriendo con sus pasos firmes y lentos los espacios. Entran en el comedor y comenta que por las ventanas de la galería contemplaba  cuando era muchacho, el panorama de todo el valle, que tanto había influido en su espíritu. Y al acercarse al despacho también le pidió  que le dejara abrir la puerta y accionado el picaporte abrió.
Los dos entran en una vasta dependencia. En la pared de enfrente se ven dos  retratos: el  de una dama con vestimenta de otros tiempos y en el otro a un caballero también con el mismo estilo de ropa.
-¿Se han estropeado los retratos? – preguntó Dº  Pelayo.
Toribio le responde que no.  Y Dº Pelayo  posa sus manos suavemente sobre ellos.
-Conozco a los dos – dijo con  nostalgia.
Recorriendo el salón, se acerca a los anaqueles y va palpando el lomo de algunos libros, buscando quizás, uno en especial. Lo encuentra y lo saca del anaquel  diciendo:
-Éste lo  leía cuando  asistía a la Escuela” - y empieza a pasar  las hojas comentándole que aún  siente bajo sus dedos algunos grabados que admiraba al leerlo: “Mira, una pagoda India – Constantinopla – La Alhambra, lo deja de vuelta en su lugar y se acerca hacia el Escritorio. Abre un cajón revolviendo los papeles entre los que encuentra un paquete de cartas.:
-“Toribio, Toribio, aquí debe haber un retrato mío a los ocho años.  Es éste” - y se lo muestra.
-Sí éste es. Está algo descolorido  - comenta Toribio.
-Y la tinta de las cartas estará amarillenta  - dice Dº Pelayo -  Léeme ésta ¿Cómo principia?
“Querido Pelayo: No sabes cuántas ganas tenemos de verte. Estás tan lejos que (…)”
-No sigas.  Guárdala  de vuelta donde estaba.   
-Nunca me perdoné no haber venido  antes de que él tuviera ese accidente. Fue muy penoso y mira ahora cómo regreso yo. 
 Y le dice que él nunca trabajaba en ese despacho. Que lo hacía en el altillo, pues le gustaba contemplar  el panorama del pueblo. Y que desde la ventana veía el cielo azul y por la noche las brillantes estrellas, que ahora no puede ver. Y que las golondrinas volaban rápidas rozando la ventana,  al alcance de su mano.
-Subamos Toribio - y D° Pelayo comienza a ascender las escaleras, contándolas y al final penetra en una habitación,  dirigiéndose a la ventana.
Toribio, ¿Está el cielo hoy despejado?
-No,  está gris y con nubarrones obscuros  en la lejanía. – respondió  Toribio.
-La última vez que estuve, hace veinte años ¿lo recordarás? Era también un día de Otoño. El cielo estaba también gris. Estuve leyendo a FRAY LUIS DE LEON. Sobre la mesa dejé el libro y palpando lo encuentra. Sí aquí está todavía y la señal que dejé. Ahora no podré continuar la lectura. Entonces ya no seguí porque el tiempo se terminó para mí, aquí en el pueblo, y me fui y ahora que el tiempo me sobra no podré hacerlo – se lamentó,    Pelayo.
-Usted, ha vuelto para quedarse ¿No es así Dº.Pelayo?
-Así es Toribio y espero poder disfrutar muchos días como aquellos de Otoño y que tú  continúes leyéndome el libro de FRAY LUIS DE LEON,  hasta el final.
-Léeme el último renglón de la hoja donde está abierto, por favor.
Y Toribio lee:  “EL POLVO ROBA EL DIA Y LO OSCURECE”.          
-Gracias Toribio – y Dº Pelayo siguió mirando, sin poder ver lo que contemplaban sus ojos sin luz, a través de los vidrios de la ventana.

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