sábado, 27 de enero de 2018

Francisco D. González


Cinco brindis  
Francisco D. González

La cera de la vela derretida que corre por la mesa, cae al suelo, al lado de un corcho, y se desplaza entre dos pares de zapatos masculinos separados por dos botas de mujer: Una yace sobre el piso, la otra se balancea como un péndulo, no al compás del tercer movimiento de Ofenbach, si no más bien a un ritmo interior, agitado por un mar profundo, violento y misterioso. La cera deja de correr cuando se consume la vela y la oscuridad es casi absoluta. Apenas resplandece un pequeño fulgor de la luna redonda como la pupila de Valentina que la observa ensimismada, y vuelve a beber del exquisito vino tinto. 
- Así está mejor.
-Es verdad- contesta Nicanor, que, muy caballero, vuelve a llenar las copas y acomoda sobre la silla los cien kilos de su anatomía. Le gusta jugar con su mostacho. Le gusta beber serenamente y contar las historias de sus viajes... Sin embargo, no encuentra el eco que esperaba y vuelve a callar.
Las palabras van por dentro, junto a los pensamientos. Sólo se escucha la música y las exhalaciones del habano y del cigarrillo que fuman Nicanor y Valentina.
La cena ha sido magnánima: Ensalada de centollas y camarones. Evaristo termina la segunda botella. En un acto de confianza y viéndola tan plácida a la anfitriona, decide ir por más vino. Con cautela llega a la cocina, regresa con otro Cabernert Sauvignon y es el primero en levantar la copa... ¡Recuerda tantos brindis en su atelier!...  Ahora ya no pinta, es decir, lo hace, pero su mente y su inspiración se hallan lejos, muy lejos, y vuelve a quemar una y otra vez sus vanos intentos.
-¿Por qué brindamos amigos? La voz de Valentina es clara, casi maternal, pero tiene la profundidad de un aljibe en las tinieblas.
-Por la hora de la verdad.
-¡Salud!
Las copas se chocan y al cabo vuelven a estar vacías. El vino corre por la sangre de esas almas atormentadas en busca de entendimiento.
La ópera concluye y ella vuelve a decir: - Así está mejor. El tiempo transcurre lento y brumoso, y es pesado como el ancla de un carguero. La verdad, un arma peligrosa pero tan necesaria como el aire viciado que inevitablemente respiran.
-Leí los poemas- Valentina por un instante rompe el silencio. En la penumbra, Nicanor tiembla, y piensa en la noche que la ella prometió quedarse con el mejor poeta. Observa su larga cabellera rubia que baja por los hombros. Observa los ojos, o los imagina, y piensa, llevan la miel de un panal. La nariz pequeña, la boca que se muere por morder, la figura delgada... Evaristo también la observa, igualmente enamorado, y recorre cada milímetro de esa mujer a quién le ha hecho un gran regalo.
Nicanor viajó al Amazonas, se internó en la selva en busca de una planta con una flor que vive siete días con sus noches, y su perfume es tan penetrante que se queda impregnado en la piel de quién la respira.
Evaristo, encapuchado y a punta de pistola, ha robado de una galería el cuadro de un pintor Mexicano que a Valentina le había causado una fuerte impresión.
Aquella noche, encerrada en su cuarto, contempló el cuadro y la flor hasta el amanecer mientras los hombres esquilmaron con vehemencia su vasta bodega, revivieron el pasado, ya que habían sido amigos, y se juraron honor por siempre. Valentina dijo haberse sentido cautivada por los dos regalos que agradeció hasta el cansancio, y pidió perdón, una y otra vez, por no poder decidirse.
Seis meses después vuelven a encontrase... El alcohol abriendo caminos en la sangre, es tenaz y peligroso. 
-¿Hasta cuándo vas a seguir torturándonos?- La pregunta de Evaristo corta la noche como un arma blanca.
-Hasta que la muerte nos separe- contesta irónica, Valentina.
-Ya es hora de que te dejes de jugar- la voz del hombre de los mostachos tiene la gravedad de una tormenta a punto de desatarse. -Hemos soportado demasiado.
Valentina comprende que ya no puede seguir evadiéndose y, compungida, vuelve a vaciar la copa. Ha sido conmovida por los dos poemas, pero sólo uno la hizo llorar. Siente que aún no está preparada y deja pasar el tiempo y el alcohol hasta la desesperación. Se acomoda el pelo, Los dedos de Evaristo tamborilean sobre la mesa. La cuarta botella de vino cae al suelo pero no se rompe, rueda hacia los pies de Valentina que, con la lengua atorándosele en la boca, anuncia:-Elegí el poema-Tiene las mejillas rojas y sigue bebiendo compulsivamente. Las paredes comienzan a moverse a su alrededor. Se incorpora sobre la silla, respira profundo, llenando la totalidad de los pulmones, y dice "La tormenta de tu sangre"...
La escena ha sido cinematográfica. Nicanor, feliz, aún no puede creerlo y abraza a la mujer. Evaristo llora. Se incorpora y en un gesto de grandeza extiende la mano a su adversario:
-¡Felicitaciones!
-Vamos a brindar.
-Por qué ustedes vuelvan a ser amigos - dice Valentina.
-Salud.
Nicanor mira a Evaristo a los ojos: -Yo brindo por tu amor, y brindo por Evaristo, porque seas un buen perdedor. Porque desaparezcas al fin de nuestras vidas.
-No era necesario- dice Valentina, no era necesario... Perdiste la línea.
La copa de Nicanor espera en el aire pero nadie lo acompaña. Evaristo sin dejar de mirarlo levanta la suya-
-No te hagas problema, Valentina, después de todo elegiste quedarte con él. Yo voy a dejarlos solos, pero antes quiero proponer otro brindis. -Hace una pausa extensa, interminable... Finalmente dice:
-Bueno, todos perdimos la línea... Perdón, ya es tarde- Zigzagueando se pierde por los pasillos.
Nicanor y Valentina se miran, preocupados.
-¿No tendrá un arma?- La mujer se refugia en sus brazos.
-No lo creo.
El pintor ha regresado y, sosteniéndose en el respaldo de la silla, levanta la copa. No ha dejado de sonreír: -Yo brindo por el amor, y brindo por tu perdón, Valentina, has ido lejos con tu juego, muy lejos. Todos hemos ido lejos... Es que nos hiciste sufrir hasta lo insoportable... Y pensar que éramos tan amigos, Nicanor. ¡Éramos tan amigos!... La densidad de las respiraciones es cada vez más pesada. El ronroneo de la heladera se escucha con gravedad. Nicanor y Valentina no dejan de mirarse.
-Brindo porque el veneno que puse en tu copa no sea tan fuerte. Porque lo resistas.
-¡¡No!!- Grita Valentina.
Nicanor, sin embargo, inmutable, intenta tranquilizarla.
-Vamos mujer, sabés que no me gustan los escándalos. ¡Vamos a brindar, por favor! Las copas de los hombres vuelven a chocarse. Valentina no ha dejado de gritar. Tambaleándose llega al fondo de la sala. Enciende la luz. Corre hacia el aparador donde se erige el teléfono. Tropieza, cae. Nicanor la ayuda a levantarse. 
-Tengamos dignidad por el amor de Dios... Tengamos dignidad. Ahora vuelve a buscar los ojos de su adversario. -Cuando fui al baño te vi en la cocina, agazapado, me pareció sospechoso y cambié las copas... Brindo porque el veneno lo resistas vos. 
-¡Salud!
Ha llegado el servicio de emergencia. En la alfombra yacen los dos cuerpos sin vida. Entre ellos el de Valentina, que llora, y los abraza.

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