miércoles, 23 de abril de 2014

Rosa Dragunsky




La Infancia detrás del limonero 
Rosa Dragunsky

                                                                                                              ¡Mariela! ¡Juanita! ¡Vengan! ¡Miren! ¡El limonero está floreciendo!

Era el mayor placer que teníamos, ver las transformaciones que temporada tras temporada sufría nuestro mejor amigo y custodio, el limonero, que se erguía delante de mi ventana.

Cuando lo plantaron, no sospechaba que sería con el tiempo algo de lo cual enorgullecerme y en quien refugiarme.

Simplemente, con el pasar de las estaciones se iba transformando, crecía y desarrollaba su potencial de fuerza, belleza y aroma. Fue mi amigo incondicional y además mi confidente. Me regaló su paciente presencia y contenía mi añoranza. Cuando estuve durante mi infancia y parte de la adolescencia internada en ese instituto de enseñanza, no fue nada fácil acostumbrarme a la lejanía de mi familia, que solía ir a verme para las diversas festividades. Mi cuarto tenía la suerte de estar adornado por “él” a través de mi mirador excepcional.

La lluvia, el viento, el frío y el calor eran compinches de sus capacidades naturales, y lo favorecían sin doblegarlo. Esto fue invalorable, pues me enseñó a ser paciente y aceptar con decisión mi destino.

Los pájaros lo sobrevolaban y gorjeaban.

Las mariposas se posaban en él y libraban el néctar de sus flores que ofrecía con generosidad. Todo esto fue motivo de inspiración, fue mi modelo: tomé mis lápices y empecé a bocetear.

Más adelante le fui agradecida por despertar mi vocación.

Hoy contemplo mi infancia a través del limonero, enmarcado y colgado en una galería de arte.                                                                               

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