lunes, 27 de mayo de 2013

LEO ALEGRE


CUENTOS

Su mirada se fue apagando lentamente, en silencio, y sólo unos pocos se fueron dando cuenta... Se fue diluyendo en la nostalgia, como muere la luz de un faro abandonado, en una isla lejana que ya nadie visita. Cuentan que en un puerto olvidado vive aún un anciano -de larga barba blanca y oscura piel curtida- que supo surcar los veinte mares y sobrevivir a todos las bestias oceánicas, sin  tener que matar a ninguna. Su edad es imprecisa, como su mirada. Hay quienes dicen que tiene más de cien años, otros, que vivió tres vidas. Dicen algunos que en tierra firme se marea, que siempre está a punto de partir, y que es la única persona capaz de recordar las coordenadas malditas de esa isla fantasma. Aseguran que quien quiera llegar a la isla deberá primero hallar al viejo, encontrarlo en ese puerto olvidado de dársenas empedradas, tranvías abandonados, y cascos de barcos moribundos, acercarse con respeto e insolencia, invitarle una copa de vino amargo, y recordarle el nombre de su amada, que aún lo espera. Sólo entonces el viejo revelará el secreto, la trama oculta, y se podrá emprender el viaje, y alcanzar la isla, antes de que aquella mirada cansada -que solía estallar de esperanza- se extinga para siempre, y las gaviotas, ajenas a esa tristeza inmensa y fatal, dejen de visitar su tumba.

"O Binómio de Newton é tão belo como a Vénus de Milo.
O que há é pouca gente para dar por isso."
Álvaro de Campos
"Por mas que me esfuerce en no mirar, no puedo dejar de sentir la mirada de la Luna en mi Piel."
"1Q84", H. Murakami.

La ciudad es inmensa para todos, aunque solo para algunos esa inmensidad llega a desplegar sus alas, ofreciendo cobijo e inspiración, vislumbre y presentimiento, más allá del límite de la percepción ordinaria.  Aquellos que saben caminar las calles a veinte centímetros del suelo, renuevan su visión, renuevan la perspectiva y se dejan envolver por aromas provocadores y las brisas reveladoras, musas que aguardan suspendidas en el aire, a la altura de los elegidos.
El misterio se manifiesta, en el perfume de una flor cultivada en el desierto, o en los pétalos de una rosa joven, adormecidos sobre la piel más suave de una nube inmaculada y blanca, donde se retenie la espera, el regalo divino, la caricia prometida en la ascensión sublime de las almas conmovidas. Surgen constelaciones nuevas y la luna regala una lluvia de  poemas, para aquellos que aún buscan su salvación definitiva en las horas tardías de la noche. Los destellos y los reflejos brotan de las cosas más simples y se vuelven puente y orilla, y faro recién encendido, y canto de gorrión sosegado, y tormenta avasallante, y  sendero que  resuelve la encrucijada, un verso soñado en otra lengua, o una mano que nos da la mano... y entonces, se derrumban las sombras al fin, abatidas en el fragor de una lucha de todos los tiempos. Y aunque la victoria suene fugaz,  cae irremediablemente el velo que oculta la calumnia universal, el embuste mayor de los cobardes. Brota en un rincón la luz definitiva,  se ilumina el camino, y  se desvanece  la incertidumbre...
la belleza sublime de la creación alarga su abrazo y se manifiesta,
surge en la noche, infinito y salvador, el sueño de los lunáticos.
¿Quién soltó la palabra maldita? Infectando el aire de una tormenta asesina, y mutilando así, el sueño de los débiles. ¿Cuál es el atajo siniestro que descubrieron los malditos, para llegar, de una sola mordida, a rasgar el corazón? ¿Cómo puede un puñado de palabras, arrojadas al azar tanto tiempo atrás,  habitar en el silencio, agazapadas en la grieta hasta el día de hoy, y retornar en verso, convertidas ya en este temido sangrado sublime? ¿Cómo se salvará esta herida, si nunca ensayé la lucha? Desandar los pasos lleva hacia adelante, y retomar el camino es provocación temeraria de alterar un giro, y desafiar lo escrito. El poema queda en blanco, pero sus huellas se vuelven cicatrices, cada vez más profundas.

¡Oh noche! ¡Oh refrescantes tinieblas!
¡Sois para mí señal de fiesta interior,
sois liberación de una angustia!
"El Crepúsculo de la noche";
C. Baudelaire



Cae el día, y muere. La caricia que salva llega crepuscular, engarzada en sonidos noctámbulos y pasos lejanos. El viento golpea el cristal y deja suspendida en el aire frío de la noche, una melodía ausente, de visiones lejanas. Rostros de doncellas vienen a salvar las heridas de ayer, y se reanuda el baile. Danzas nuevas conjuran un roce místico, mientras tenues amenazas se retiran, vencidas y resignadas, a llorar su derrota incontestable. La fiesta es total de puertas hacia adentro, y se cuela por las grietas la salvación que aniquila el tedio y recompone el aire. Sin cruces ajenas que cargar, el cuerpo sosegado se entrega, se recuesta en el vacío, y acepta la comunión que lo integra con todo lo demás. El descanso llega inevitable y contundente. Despertarán los dioses mañana con ademanes relajados y un regalo nuevo que se adelantará en el tiempo, mutilando las agujas del reloj, y salvará la jornada. Liberado de miedos y tensiones, me lanzaré con  pasos renovados, un día más, a la búsqueda de los caminos inciertos.

No hay comentarios: