lunes, 27 de mayo de 2013

CELIA E. MARTÍNEZ


DESDE ARRIBA 

Bajaba por la escalera hacia el andén de la estación.
Al escuchar el estruendo me quedé allí, sin poder moverme, al principio pensé en una bomba, después vi como se incrustaban un vagón sobre otro como los trencitos de mis primos cuando chicos, podían romperse por la fragilidad del material.
Yo observaba todo, inmóvil ante esa visión. Hombres y mujeres pugnaban por salir de allí, otros quedaban bajo muchos de los que querían escapar, algunos se tiraban desde la ventanillas, no oía nada veía bocas abiertas como si gritaran, rostros de dolor, de desesperación, observé brazos y piernas desmembradas, ojos que saltaban de las órbitas por el aplastamiento de sus cuerpos del que eran víctimas, madres que tiraban a sus hijos por las ventanas para evitarles la muerte segura a la que ellas  estaban expuestas, todos se habían transformado en bestias por la lucha por la supervivencia, todo era cruel y fantasmagórico. Yo desde la altura sólo miraba, de mi boca no salían palabras ni gritos. Mis ojos asemejaban una cámara de fotos guardando las patéticas imágenes en mis retinas.
Cuando la formación se detuvo, alguien abrió las puertas con barretas, esas bocas abiertas que parecían llorar de dolor, ojos cerrados para siempre, otros saltados hacia fuera, miembros por doquier, todo teñido por un color rojo que debía ser sangre.


Al rato llegaron hombres con chaquetas que creo eran médicos, paramédicos, bomberos, rescatistas y personas que querían ayudar en ese pandemónium. Yo sentí una punzada en el estómago, me toqué y estaba mojado de un líquido viscoso y rojo, pero no sentía nada, sólo veía desde allí arriba, de pronto vi mi cuerpo entre los otros atravesado por un hierro.

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