domingo, 28 de octubre de 2018

Ana María Manuel Rosa



El abandono 
Ana María Manuel Rosa

Lucía con una sorpresa de esas que jamás queremos que nos toquen en el camino. Amargura y tristeza fueron sus componentes principales en su sendero que no lo abandonó nunca.
La verdad afloró con el tiempo con un sabor amargo en cada palabra y en cada decisión al vender cada casa como era su trabajo pero su aplomo en ir en contra de la mención de la felicidad que él no pudo alcanzar. Su dolor de la verdad no descubierta con anticipación de la consumación de los hechos de ese día gris en la vida de Joseph.
Cada palabra dicha con aplomo pero el dolor se notaba en el fondo y no había que ser psicólogo para notar ese vacío sórdido del corazón. Con el tiempo la desconfianza fue tema principal en sus pensamientos por todo no únicamente al ver por un nuevo amor. La desconfianza de Joseph fue todo un tema en cada hecho.
Se supo que con gran amargura años atrás abrió la puerta de entrada a su casa y cruzó la calle a los vecinos con los cuales tenía confianza preguntando si ellos pudieron ver algo. Cuando se sentó y comenzaron a hablar lo sucedido el hombre ensombrecido se cayó en el sillón como desplomado del no saber ¿por qué a él le aconteció esto? Y el no poder comprender y asimilar las acciones porque ellas tenían un sentido para él y que al parecer no era así. Comenzó a conversar con ellos de lo acontecido.
La sorpresa fue que nada sabían y que sólo les llamó la atención que al regresar a casa ambos esposos del trabajo vieron un camión de mudanza irse y no saber nada que ellos sus vecinos pensaban mudarse y sin despedirse creyendo que tenían una amistad. Al saber y comprender lo sucedido se dispusieron a prestarles algunas cosas necesarias para esa noche y el día siguiente como sabanas, mantas, almohada.
Ese día fue su vuelta oscura a casa. Esa mañana jamás pensó que su vuelta a su hogar sería el vacío en su alma. Venía como cual-
quier día a compartir en familia pero la realidad era otra totalmente diferente a lo que él creía vivir.
Bajó de su auto nuevo, se dirigió a la puerta como era su costumbre, colocó la llave en la puerta girando la misma pensando que pronto cenaría alguna comida rica como siempre al regresar de su trabajo y ver a sus seres queridos su amada esposa y sus hijos, ver las tareas del hogar de la escuela de sus hijos. Al abrir todo cambió y solo se veían las paredes peladas con la pintura en ellas desnudas y frías que llegaba a calar los huesos de la impresión fuerte y difícil del momento revelado. La mirada estaba vacía... ¿qué pasó...? lo cotidiano que vestía bonita cada habitación ni los amores que él creía tener nada allí estaba.
La desilusión, el trago de saliva amargo y la pena recién des- cubiertos ya se comenzaba a asimilar con aplomo como era su modo. Hombre sufrido de muchos años dolorosos que era normal en su rostro, algo desconfiado por momentos pero no era todo habitual y sí real en los sentimientos de Joseph.

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